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Relatos

Un relato sobre el romanticismo sucio y el culto a la individualidad

12 marzo, 2008 by Álvaro Rafael 16 comentarios

Joy Division

.

El gustoso placer de la individualidad

•

El siguiente es un texto francamente autobiográfico (es decir, un texto egotista), así que, fiel a mi estilo narrativo, trataré de que no sea sencillo y de que tenga muchos cambios temporales.

••

1

—¿Qué mierda es Yoi División?

Heme aquí, trece años después, mirando en los labios gruesos de la secretaria una pregunta similar que me hizo sacar la misma mueca malévola de aquel entonces. El tiempo detuvo en el aire la pregunta y todo volvió al año oscuro de 1995:

Entonces yo era un adolescente friki, solitario y asocial (ahora por fortuna dejé de ser adolescente) y me consideraba arrogantemente como de los primeros (y escasos bichos raros) seguidores de Korn en este país; cuando tienes 12 años y te identificas con canciones como Clown lo menos que puedes hacer es convertirte en un alienado seguidor de la banda de Jonathan Davis y certificar, con una sonrisa de desprecio, que estás rodeado de puros necios cuando tu mejor amigo (?) te pregunta: «Korn, ¿qué mierda satánica es esa?»

Cuatro años más tarde ese mismo amigo (?) —seguidor de The Noise y el demás basurero musical que quienes nacieron en los noventa tuvieron el gusto de no conocer— lo vi tarareando Freak on a Leash. Fue como un sacrilegio que de pronto me introducía en la misma conjura de esos necios: lo que años atrás me individualizaba, ahora me unía a un seguidor del proto-reggaeton y el techno basura (si es que acaso no es basura casi toda la música electrónica). Respiré profundo, aún había escapatoria… no, no la había: Hot 94 y La Mega ya colocaban a Korn en su programación y proliferaban bandas clónicas.

2

Respiré profundo ante las muy remotas (sino imposibles) posibilidades de que a la secretaria salsera le gustara el post-punk y así mi sonrisa, tanto de ironía, era como de placer por mantener una diferencia hacia ese tipo de gente.

Desde muy pequeño supe que había en la diferenciación del resto la esencia de crear lo nuevo y negar lo ordinario, la apatía y el gustoso placer de lo cotidiano. Dentro de una sociedad que aceptaba la vida sin cuestionamientos y le sonreía como necia a la misma, había en mí un distanciamiento hacia eso que me aburría, me daba asco y me despertaba la apasionada lucha por ser distinto. Nunca he sentido simpatía hacia las modas ni por los gustos comunes. Bajo ese influjo, todas mis predilecciones (musicales, culturales, de vestimenta, por determinado tipo de mujer) fueron desarrollando tal particularidad que a veces era tachada de exotismo, una diferenciación propia que se veía manchada cuando se hacía común o frivolizaba (el chico que tararea canciones de Korn).

No.

Yo buscaba algo diferente. Algo distinto a lo que daba placer a la mayoría y más bien buscaba el gustoso placer de la invidividualidad.

Son los pocos los que buscan una trascendencia en medio del vacío circundante, y son como los héroes anónimos de un romanticismo sucio, los que no aceptan la felicidad simple de un mundo que no aporta nada, de una sociedad que sólo deshumaniza y convierte en un número más de estadísticas cotidianas.

Yo no quería nada de eso que me ofrecía lo común.

Me negaba a aceptar ese modo de vida.

Me importa un bledo la sociedad y sus parámetros de éxito: una familia, una profesión, un culto a las virtudes cívicas. A mí todo eso me parece necio e insustancial. Entre miles de calles con nombres de próceres, que si hubiera tenido enfrente les habría escupido sus caras, transcurre la vida de cientos que me rodean. Tomen a un puñado de gente y verán que el 99% de ellos no aporta nada nuevo: son tan prescindibles que el mundo no cambiaría en lo absoluto con su ausencia.

Es eso contra lo que un día me rebelé en silencio: no deseo formar parte de esa masa informe que veo a diario. No quiero aceptar la felicidad de los otros que les arranca una sonrisa estúpida. No quiero aceptar la charla necia de cualquiera y tener que sonreír como necio en beneficio de lo que llaman cortesía; me importa nada lo que los otros piensen, porque sus pensamientos mismos me parecen tan superfluos como sus propias pasiones. No me interesa la amistad ni la compañía si ello implica mendigar el aprecio. No dependo de nadie, ni me interesa conseguir a nadie.

Mi batalla es más modesta que la búsqueda de un ejecutivo importante tratando de sobresalir con un informe o la de una chica detrás de su ídolo que, al final de todo, sólo persiguen el reconocimiento del otro y la aprobación del otro a una existencia propia que saben insípida e intrascendental. No, mi búsqueda, aunque silenciosa, va más allá de todo ese vacío por el que me muevo cada día: busco una trascendencia para satisfacer mi individualidad, es un deseo de liberar mis pasiones para satisfacerme a mí mismo, es mi búsqueda de la belleza pero no la belleza común por la que muere la gente… es una belleza más allá de toda comprensión lógica, es un deseo que arde en el interior de mis entrañas, es una trascendencia que me libera de toda la cotidianidad que me rodea.

•

Es así que, bajo esa lámpara acaso tenebrosa, se ilumina la razón de mi gustoso placer por la individualidad y se explica por qué de mis desilusiones cuando siento que invaden mi propia diferenciación. Joy Division…, hate, hate, hate… Esa palabra inscrita en la franela de Ian Curtis fue el génesis de Joy Division. Bajo el halo de luz que proyecta esa lámpara, oír Joy Division acá es más bien la conexión hacia ese modesto batallón de defensores de la individualidad.

Sonreí, hice una pausa, y le dije a la secretaria, simplemente:

—Olvídalo.

En mi interior, en mi mueca incomprendida, había una batalla silenciosamente ganada.

•

______________________

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Botella a la mar, Misery Loves Company, Relatos, Sonidos del mar

Detalle de la melancolía

28 julio, 2007 by Álvaro Rafael 3 comentarios

Melancolía (1894-1895)

Edvard Munch.

·

El siguiente es un simple ejercicio literario. Es decir, los hechos narrados y los personajes no tienen por qué ser reales, ni tampoco necesariamente falsos.

La historia ocurre en la cafetería de una universidad en la periferia caraqueña, el protagonista lleva por nombre R., es una mañana lluviosa.

·

·

Gente viene y gente se va,

y los veo pasar, no es distinto

A otros que se quedan atrás,

no los culpo por andar en otro ritmo

Letra completa

Dirección opuesta

Dermis Tatú


Sigo en dirección opuesta,
sigo sin enfocar el sol.
Es un túnel que conduce a la noche,
no intento encontrar freno o cloche.
Al caballo se le han ido las riendas
en el túnel en el que voy.

Gente viene y gente se va,
y los veo pasar, no es distinto.
A otros que se quedan atrás,
no los culpo por andar en otro ritmo.

Me distraigo al llegar a la city,
me detengo en un bar de ficheras.
Cada una de ellas cuenta una historia en la que yo no estoy.
Me apresuro en seguir en la rueda,
no reviso cuánto tengo en cartera.
La sorpresa está a la espera en cada curva que doy.

Gente viene y gente se va,
y los veo pasar, no es distinto.
A otros que se quedan atrás,
no los culpo por andar en otro ritmo.

·

1

Trato de evitar caer en la melancolía.

Saben, últimamente este sentimiento es de los peores que puede demostrar una persona. El mundo siempre avanza. Nadie quiere perder el ritmo. La melancolía es, entonces, ir contra todos.

Pero… si siempre he ido contra todos.

Siempre he sido diferente a los demás, nunca me han gustado las modas y las formas sociales comunes. Siempre traté de mantenerme libre de todo aquello que no me gustaba o me parecía un molesto convencionalismo. Pero tampoco fui feliz. La soledad, aunque tema dedicado de hermosos poemas, no gusta a nadie.

Por ser diferente siempre estuve solo. Pero el siempre es solamente una licencia de fe perdida, momentánea en cualquier prosa o verso. En algún momento encontré a alguien que me inspiró a creer nuevamente en que hay un motivo para vivir. Se esconde, es difícil encontrar, pero está allí esa persona que buscamos. Ahora que esa persona se ha marchado a otro país muy lejano… ¿qué me queda?

Pero hay que mostrar fortaleza, no se puede perder la marcha aunque no queramos andar a ese ritmo.

2

La mano delgada de la chica me extendió su mocaccino. La podía esperar sentado a la mesa mientras ella regresaba. Nos acompañaba otro compañero de clases.

Al cabo de unos minutos estábamos los tres desayunando. Ellos charlaban, específicamente, charlaban sobre tarjetas de crédito y modalidades de fraude. En realidad, ni siquiera puedo decir que me exaltara oírlos planificar un delito.

Mis pensamientos trataban de explicar qué diablos había pensado mi último amigo que me queda, M. B., cuando hace mucho tiempo me dijo que yo haría buena pareja con esta ragazza de voz pausada y sibilante que ahora hablaba de crímenes. Era sencilla y su sonrisa, que no por cierto desagradable, aun así me irritaba. Es hermosa, como puede ser una estatua o un maniquí.

Me levanté de la mesa, no hacían falta excusas.

Quería refrescarme la cara en el baño, pero en la marcha me detuvo J.: acaba de montarle un nuevo equipo de sonido a su carro que nunca he visto, siempre lo he visto andar a pie. Desde que lo conozco, es la sexta vez que lo renueva. Sonreí, en realidad no soy grosero, la gente me toma como buena persona por el respetuoso silencio con el que escucho estupideces. Seguí de largo, prefería entrar al salón a esperar la clase.

En la puerta encontré a T., la acompañaban sus amigas que siempre saludo con una sonrisa que oculta mi desconocimiento de sus nombres. Ellas saben que trabajo en el mundo editorial, si bien lo que se idean de mí es más ficción que realidad. Me toman del brazo, me dan una palmada, me sonríen, por último me dicen si les puedo conseguir el último libro de Harry Potter.

«Jóvenes al borde de los treinta y hablando de Harry Potter», pensé, con malicia y desprecio. «¿Qué puedo saber yo de esa clase de literatura?»

—No lo tengo —dije quedamente, y entré al salón.

Me siento en uno de los pocos puestos que van quedando desocupados. Es el último de la fila, no me preocupa el puesto tanto más cuanto tengo que oír las conversaciones de las chicas Malibú.

Una de ellas mira atentamente a quien podría fácilmente pasar como el trainer del grupo. Ha importado una excelente merengada para definir la masa muscular. Ustedes saben cómo es eso: qué si calorías y proteínas y carbohidratos y nunca queda mal la playita y el sol para maximizar potencialmente los efectos de las merengadas importadas y labeleada por la FDA y gauranteedea por su compañía que sólo trae calidad.

Exclamaciones.

—Pero ¿aumenta la masa cerebral?

Se me quedarían mirando fijamente. Mi humor tiene la particularidad que es excesivamente personal: para los demás es insulto, ahora sólo surte efecto en mí. Pero ya no tengo ganas de reír; desde que ella se marchó del país sólo me queda la melancolía de risas pasadas y compartidas. No digo nada.

Me levanto, prefiero salir del salón, mirar el cielo quizá me distraiga de esta nueva realidad a la que me debo acostumbrar desde su partida: es una mañana lluviosa de julio, al menos traje mi iPod y suena Disorder de Joy Division. Tampoco es un día tan malo mientras oiga mi música. Mi música ha sido una de las pocas cosas que me individualiza y a la vez me vincula con personas similares con los que pasé mejores y gratos momentos de compañía, creo. ¿Sabrá el chico de las merengadas o la lectora de J. K. Rowling quién es Ian Curtis?

Tampoco me interesa saberlo.

Alguien me llama: son los chicos con los que desayunaba: me estaban buscando, me uno al grupo nuevamente.

Ahora hablan, ja…, casualidades, de que la lluvia es depresiva y melancólica.

—Es mejor el sol, ¿no? —pregunto.

Asientan todos.

Al menos, disimulo bien que por dentro llevo años desmoronándome lentamente. Porque, en fin, ¿a quién le interesaría ver cómo cae cada pieza? ¿Quién se ocuparía de levantarme, cuando puede así perder el ritmo?

El vacío y el aburrimiento de ahora sólo traen la melancolía por tiempos mejores, y la melancolía atenta contra la humanidad.

Todo marcha hacia delante.

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Entrada de Instagram 2084614024348433291_17836884 En realidad, el plan era hacer una escala de dos o tres días en Santiago y proseguir con el viaje hacia el destino final. Esto no ocurrió y quedé con un boleto hacia una ciudad que no figuraba en mi lista por conocer y de la que conocía muy poco (Costanera Center, Estadio Nacional, precordillera). «Es una ciudad nueva de todas formas, un país que no conozco, veamos qué tal», me dije como consuelo. Lo cierto es que Santiago me ha sorprendido. Me he conseguido una ciudad con amplios parques y miradores increíbles, bulevares que se entrecruzan y dieran la impresión de nunca acabar, con unas calles que en algunas partes evocan alguna vieja ciudad como Barcelona o Roma y en otras, más modernas, explican muy bien el apodo de Sanhattan. Hay una planificación urbana envidiable, con un metro que desluce otros subterráneos que alguna vez me deslumbraron. Mi visión ha sido breve, la del turista en un viaje improvisado, pero me satisface lo que vi.

#Santiago #Chile
Entrada de Instagram 2083487850083877342_17836884 Pacífico al sur.
Entrada de Instagram 2082368493836514550_17836884 En los últimos cinco años he conocido Los Andes desde Mérida hasta Santiago. Y la ruta sigue.
Entrada de Instagram 2081018812577561749_17836884 Punto de fuga.

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