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Personales

Causal de desalojo: ¿Escribir en un blog?

16 julio, 2013 by Álvaro Rafael 8 comentarios

lamarcha

 

And yet I fight

this battle all alone

no one to cry to

no place to call home

Nutshell

Alice In Chains

1

Un tema recurrente

Los últimos ocho años he mantenido en línea este blog. He sacado dinero de mi bolsillo para hacerlo, le he dedicado horas de trabajo obsesivo a la corrección de códigos y he releído decenas de veces los escritos para pulirlos, y siempre salen con algún error. Todo un tiempo satisfactorio, vale decir.

Planeta en fuego ha tenido momentos en que los números de visitantes diarios rondaron los 300 (cifra modesta, de paso). Pero ahora no es uno de esos «momentos buenos». He dejado de publicar con regularidad para ocuparme de cosas más obligatorias: sobrevivir en Caracas. Este bajón ha llevado a que el curioso algoritmo de Google bajara posiciones a este blog en la lista de búsquedas. Pero Google no borra nada de internet. Todo lo que uno publica, desde lo más glorioso hasta lo más vergonzoso, queda registrado en algún rincón de este universo virtual. Y allí sigue este blog, flotando entre los escombros de cientos de blogs que se han quedado en el olvido.

He tenido toda clase de lectores, desde los habituales hasta los que han llegado con ánimos de troll y se han ido trolleados. Todos ellos, sin embargo, o quiero creer que es así, han tomado lo que aquí publico como reflexiones políticas o como relatos literarios que, como tal, no son una copia fiel de la realidad. Por algo escribo: para crear otra realidad, para caricaturizar los hechos que veo y en los que yo soy tan protagonista como la gente que relato. Por eso mismo ¿quién rayos puede tomarse totalmente en serio lo aquí escribo?

Los lectores habituales sabrán que un tema recurrente de este blog, y que he tratado con rigor pero sin perder el toque de ficción y ni siquiera el humor, es el de la dificultad para acceder a una vivienda en Venezuela.

Está bastante relatado aquí que desde los 19 o 21 años vivo por mi cuenta. Crecí en El Paraíso con mis padres, y luego de que ellos se divorciaran de manera poco amistosa comenzó mi transitar por diversas viviendas. Hubo un tiempo en el que en Caracas se conseguían opciones de alquiler de sobra y de ese modo viví bien y a mis anchas. Luego el Gobierno central aprobó las leyes de inquilinato y nadie más quiso alquilar sus propiedades. Nos jodimos los arrendatarios: desaparecieron del mercado los apartamentos y solo quedaron pequeños anexos y habitaciones arrendadas en condiciones injustas para nosotros, los interesados en alquilar.

El plan de todo joven con el uso pleno de sus facultades, aquí y en cualquier parte, es salir de su hogar, hacerse una vida y adquirir una vivienda propia (en los países donde esto es costumbre) o alquilar una con las condiciones adecuadas (en los países donde se puede). En Venezuela ambas opciones están poco menos que proscritas para un joven que se valga por sí mismo. La inflación y los precios desmesurados lo impiden. El que ahorra siempre va quedándose atrás antes los precios que corren a otro ritmo. No por ello dejo de trabajar para lograr la primera de las opciones (comprar), por más obstáculos que aparezcan en el camino, como lo es pagar altas cifras por viviendas que nunca serán mías y que impiden el ahorro efectivo. Mi más reciente arrendador me dijo, de manera desconsiderada: «Tú no me puedes juzgar porque yo sí tengo las cosas que tú no has logrado tener», refiriéndose a su casa. Aunque la frase por sí sola pareciera mostrarme como un envidioso de su propiedad, salió en el contexto de una discusión ajena a la casa, y que mencionaré más adelante. Lo cierto es que vivimos en otros tiempos: él tuvo unas oportunidades que ahora alguien de mi edad no las tiene. Hace veinte años la relación «esfuerzo-conseguir algo» era más estrecha, en la actualidad puedes pasar el mismo tiempo que dedicaban tus padres al trabajo y no conseguirás lo mismo que ellos consiguieron a tu edad.

 

2

Recoge tus cosas y te vas

Todo estas palabras sobre mi blog y sobre el problema de la vivienda viene al caso porque la noche de ayer fui desalojado intempestivamente del «anexo» donde estaba viviendo desde hace un año (y no, esto no es ficción). La relación con el dueño estaba rota desde unos dos meses. Desde antes de mi llegada toda la casa estaba llena de cámaras de vigilancia y estaba instalando aun más, esto me generaba preocupación e inquietudes más que razonables, un día se lo cuestioné, le pregunté cuál era su preocupación o si desconfiaba de mí y de los otros inquilinos (que tiene otros), no respondió y a partir de allí empezaron los recelos mutuos, aumentó mi incomodidad de vivir allí y empecé a buscar para irme a otro lugar, luego investigando me enteré de otras cosas relacionadas a él, él lo supo y así yo me volví un residente incómodo. Era momento de echarme.

Anoche cuando llegaba a «casa» me encontré la llave cambiada. Mal augurio para lo que venía cuando el dueño me abrió la puerta. Me dijo que quería hablar conmigo, pero la sentencia ya estaba echada. Era un proceso kafkiano donde no había posibilidad de defensa, donde ya había sido juzgado no solo por el dueño, sino, en sus palabras, por «toda la urbanización». El dueño alegó que nadie me quería en la urbanización, que me había realizado un trabajo de inteligencia (maldito Snowden, por tu culpa ahora la gente se cree en una peli de espías). Supuse que en ese trabajo de investigación externo se habría enterado de que llegaba del trabajo al anexo y del anexo bajaba oculta en mi bolsillo comida para darle a los gatos de la calle, vaya peligrosidad la mía.

Cuando le pregunté cuál era el motivo de esa condena pública me dijo que he escrito cosas en contra de la urbanización. Yo sabía que llevaba días revisando este blog y mi Twitter: el analizador de visitas revelaba su patrón de búsquedas: California Sur, arrendador, puerta al vacío. Primera vez que alguien, en persona, usaba mi blog para atacarme. No tuve modo de levantar sus acusaciones: sí, he escrito este texto satírico para criticar el inútil despliegue de medidas de seguridad típico en cualquier urbanización de clase media de Caracas, y que rayan en la paranoia y la ridiculez. Fue esta urbanización que tomé como referencia, como pudo haber sido cualquier otra que, como habitante de esta ciudad que soy, tengo total libertad para hablar de ella.

Revisen el artículo previo y verán que no difamo a nadie, que no divulgo información confidencial. Los personajes ni siquiera están basados en personas reales, son simples arquetipos de un determinado habitante caraqueño. Mal pretexto el de ese post para pedir mi desocupación.

El verdadero motivo de que me dijera que recogiera mis cosas y me marchara esa misma noche, en menos una hora, no era ese. O quizá, no fue ese el principal (de seguro habrá tomado ese post para presentarme ante los vecinos como un terrorista de Al-Qaeda dentro de un suburbio idílico estadounidense). Ambos sabemos cuál fue el motivo, que no revelaré porque no viene al caso atizar el fuego y porque tampoco me importa hacerlo.

Mi intención es cerrarle la puerta al tema. No hablar ni escribir más sobre esto ni sobre nadie, ocuparme de seguir el camino e irme con la dignidad de la que me trató de despojar el dueño con una desocupación deshonrosa e inmerecida para alguien que respetó normas inverosímiles, pagó siempre su renta antes de tiempo y soportó la vigilancia constante, incluso el espionaje, de un gran hermano. No quiero lástima tampoco. Al dueño, que sé que me leerá, no le guardo rencor ni reprocho su modo de vida. Espero que él tampoco me guarde rencor. No sé cuál será su actitud luego de las maneras que usó anoche, yo de todos modos y sin dramatizar he tomado las medidas pertinentes en un caso como este para resguardarme, informando de las circunstancias que han rodeado esta desocupación forzosa a mis allegados por si me llegara a pasar algo extraño en los próximos meses. Tengo la fortuna de contar con buenos amigos que están allí para apoyarme en todo momento. Pero insisto en mi interés por dejar las cosas en la discusión final de anoche, no tengo tiempo que perder iniciando guerras punitivas ni busco hacérselo perder a otros. Si veo al dueño en la calle le daría la mano y le preguntaría cómo le van las cosas, con la misma cordialidad que alguna vez caracterizó la siempre desigual relación propietario-inquilino. No hay rencores ni me ocuparé en hablar mal de nadie.

Yo seguiré escribiendo lo que suelo escribir por aquí para los lectores a los que pueda interesar lo que escribo. Mi blog ya ha recibido amenazas serias de censura. Me pondré necesariamente cursi: uno tiene integridad, o testarudez, o ambas cosas, y es algo con lo que nunca se transa. No borro nada que me pidan que borre si estoy convencido de que lo que escribí fue lo correcto. Escribir es mi mayor constante, y nada de lo que ocurra a consecuencia de ello lo tomo como amenaza para dejar de hacerlo. El día que lo haga estaría renunciando a mi libertad creativa y no merecería ser leído por nadie.

 

PS: El mes pasado este blog cumplió los ocho años en línea; rompí con la tradición y no escribí nada para «celebrar». Creo que la ocasión lo amerita: mantener Planeta en fuego es lo más arrecho que hago y seguiré haciendo, así tenga ahora pocos lectores y así tenga, entre ellos, lectores que no quisiera tener.

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Estado de política, Microuno

Contra las marchas

11 julio, 2013 by Álvaro Rafael No hay comentarios

Contra las marchas » Cada día leo en las redes sociales mensajes de opositores indignados que, desde sus casas, critican la pasividad de los políticos y de otros ciudadanos (y omiten la de ellos) por no llenar las calles de las principales ciudades con marchas de protesta. Ponen las marchas de Brasil y Medio Oriente como paradigma. No consideran una cosa: el objetivo de las primeras es el cambio de políticas del gobierno de Rousseff y las segundas quieren el cambio de gobierno. Es claro que los opositores no creemos que Maduro cambie sus políticas: en realidad quisiéramos que Maduro no fuese presidente. No estamos de acuerdo con el modelo de país autoritario, antiliberal, centralista y militarizado que está arraigado en el chavismo. Así que lo que proponen muchos opositores, sin decirlo o sin estar conscientes por inmadurez política, son marchas francamente insurreccionales (como las que vemos en Egipto o en otros países de la mal llamada «primavera árabe»), que buscan cambiar de gobierno por la fuerza. Y para esto, así como para un golpe de Estado, se requiere algo que no tenemos los opositores (y espero que no tengamos nunca): fuerza armada. Yo no quiero un golpe de Estado. Tampoco que los militares intervengan en la vida civil (como ahora lo hacen, apoyando la revolución chavista). Además, marchas de este tipo solo generarían un reguero de sangre y conseguirían lo que se consiguió el 11 de abril: atornillar en el poder al poder dominante. Las marchas de protesta, como se proponen y en nuestro contexto, son inútiles, peligrosas y políticamente contraproducentes. El objetivo de la oposición es seguir siendo oposición, no solo aparentarlo sino ser una buena alternativa política, seguir convenciendo a la gente (como se ha convencido en los últimos años) que el proyecto chavista es perjudicial para todos y que la única salida a este gobierno es política y no violenta, usando la razón como medio de presión contra la fuerza de las armas que sostiene este disparate. Entonces ¿para qué marchas? No hay fuerza para ello. No digo que el chavismo sea una abrumadora mayoría, que no lo es. Pero ellos han votado por este proyecto durante años, han votado conscientemente por malos gobernantes y así es la democracia, imperfecta y que obliga a aprender de los trágicos errores, porque el día que pretendamos sustituirla por una «marchocracia» o «plazocracia» estaremos garantizando años de inestabilidad política en los que ningún gobierno, ya sea chavista o no, tendrá garantías para gobernar.

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Estado de política, Estado social

El caso Nauru y el riesgo de los recursos naturales

29 junio, 2013 by Álvaro Rafael No hay comentarios

nauru

Nauru puede que sea uno de esos países que liarían a más de uno que sea interrogado con su ubicación en un mapa. Es una pequeña isla situada en el Pacífico, cerca de la línea del ecuador.

Con una población generalmente pequeña y una geografía muy limitada, Nauru contaba con una riqueza en sus suelos que para muchas personas constituiría una bendición divina: tenía enormes reservas de fosfato, material utilizado como fertilizante.

Sin otra opción inmediata que dedicarse a la explotación de este recurso, el país vivió años de prosperidad económica que los llevó a acumular más 2.000 millones de dólares en reservas, lo cual le permitió a las autoridades de este Estado insular dar a sus habitantes niveles de vida propios de naciones industrialmente más desarrolladas: sanidad y educación públicas. El desempleo era cero.

Toda esta bonanza se agotó cuando ocurrió lo inevitable: los niveles de fosfato bajaron a niveles ínfimos, cundió la desesperación ante un futuro donde se dificultaba cubrir las más básicas necesidades para sostener un Estado y su población. Lo que parecía una bendición divina, un recurso que se pensó ilimitado y una riqueza basada en la explotación, se convirtió en la desgracia para esta pequeña isla.

El Estado, despertándose de un sueño en plena transformación a pesadilla, se aventuró a una serie de medidas urgentes para diversificar la economía, entre ellas, mandó a construir un enorme rascacielos en Melbourne, Australia, para obtener recursos de la renta. Como suele pasar en países donde el descontrol y la falta de visión a largo plazo es la norma, la corrupción y la pésima administración condujo al Estado de Nauru a vender este rascacielos para poder afrontar otras deudas que había contraído.

El presente del país sigue siendo ominoso: otros intentos desesperados por obtener recursos han traído nuevos perjuicios. A eso, se le suma una nueva perla a su collar de infortunios: el país corre el riesgo de quedar bajo las aguas en caso de ascender el nivel del mar unos pocos metros.

El caso de Nauru vale la pena tenerlo en cuenta cuando uno escucha frases como «Venezuela es un país rico». En esta frase se incluye la creencia errónea de asociar recursos naturales con riqueza. Los recursos naturales, sin cabezas inteligentes y honestas que administren esos recursos pensando en el desarrollo a largo plazo, no valen para nada. Solo crean una ilusión pasajera de riqueza, que embriaga a la gente en la idea de lo afortunado que es por explotar la gallina de los huevos de oro. Pero la gallina llegará a vieja algún día y no pondrá más huevos, querida gente embriagada.

Pienso inevitablemente en la PDVSA actual, una empresa desviada de su objetivo primordial con el fin de atender necesidades inmediatas, creando otras necesidades a futuro, porque así como el fosfato, el petróleo es un recurso que algún día se agotará. Esto poca la gente lo quiere ver, quizá porque no estemos vivos para cuando llegue ese momento, y ahora debemos vivir de la fantasía. Vaya manejo del país y sus recursos.

El caso de Nauru, asimismo, también aplica en la vida personal. La gente muchas veces gasta grandes cantidades de dinero en cosas innecesarias, que ni siquiera sirven como excusa para sortear la inflación en un país donde ahorrar es cuesta arriba. Se satisfacen caprichos inmediatos poniendo en riesgo el futuro. En cualquier momento, la fuente de ingresos de hoy pueda verse cortada y así quedar en la misma situación precaria de los nauruanos.

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Estado de política

Yo no quiero patria

23 junio, 2013 by Álvaro Rafael No hay comentarios

patriafantastica

[note]«El Gobernador de Miranda dijo algo que da tristeza, tenemos patria pero no tenemos papel toilet […] De manera que puede agarrar su rollo de papel toilet […] y se lo mete por donde mejor le quepa ¡porque aquí, aquí tenemos patria, revolucionaria, socialista! ¿Ustedes quieren patria o papel toilet?»

Elías Jaua

Canciller de la República, Presidente de Corpomiranda

Exvicepresidente, excandidato a la Gobernación de Miranda[/note]

 

 

1

Una amiga espiritual

Recuerdo que mientras buscaba con urgencia y cierta desesperación un apartamento para mudarme envié varios correos a mis contactos para que me informaran de si conocían algún lugar que estuviese en alquiler. Recuerdo que casi todas las respuestas que recibí fueron de aliento y respaldo, salvo una que me envió una amiga que llamaré Maga.

Maga está metida en ese mundillo del new age-hippismo-bobalicón que se ha puesto de moda en ciertos jóvenes de ciudad, en particular universitarios y de clase media que se ufanan en demostrar una supuesta superioridad moral por ser en su mayoría vegetarianos militantes, entusiastas de la preservación del medioambiente y críticos feroces del uso del carro, feministas radicales e indigenistas convencidos (sin tener ellos sangre indígena), adictos a las nuevas tecnologías pero a su vez nostálgicos de viejas y engorrosas técnicas fotográficas, seguidores de doctrinas orientales a las que han llegado mal y con desinformación tales como el budismo y el yoga (al que unen elementos circenses y acrobáticos en modalidades de yoga que nada tienen que ver con sus formas originales, por lo demás respetables para mí, tanto como lo es el budismo) o amazónicas como el ayahuasca, volcados hacia la creencia de hacer ciudad organizando juegos infantiles en plazas en los que solo participan ellos mismos, inclinados con ingenuidad hacia el apoyo de una izquierda a la que le perdonan (o no le quieren ver) el militarismo y el autoritarismo, en fin, gente para quien todas las personas que no somos como ellos somos una pila de títeres consumistas atados por unas cuerdas movidas por el Oscuro Sistema.

Maga, en su correo de más de 50 líneas, no me habló de ningún apartamento y en cambio se dedicó a criticar con acritud lo que para ella era mi excesivo apego a las «cosas materiales» y mi sobrevaloración del dinero. Agregó ella, en su largo alegato de Las Cosas Importantes de La Vida, que cuando peregrinó a India (no escribió viajó, escribió peregrinó) vio que muchas personas vivían en las calles y eran [según ella] sumamente dichosas y felices (en ese momento me imaginé a mí mismo, como cuadro de La Felicidad Encontrada, debajo de un puente en Mumbay pugnando con un perro callejero las sobras arrojadas por un turista occidental que, como Maga, buscaba una espiritualidad en esa India que gente como ellos se inventan en sus cabezas), y que más allá de poseer bienes, lo importante en la vida era desarrollar la «espiritualidad», dejarse llevar por los Ciclos Naturales, por Los Cambios y por todas esa Pila de Pendejadas que enseñan a repetir en cursitos al aire libre y contacto con la Pachamama. Maga remató diciendo, ya en tono conciliador y desde su zona de confort que le brindaba vivir cómodamente en el apartamento de sus padres, que yo no debía preocuparme por conseguir o no un techo, sino que debía entregarme a la fe del cambio interior y así las cosas fluirían mejor.

No lo dijo, pero muy cerca estuvo de preguntarme: «Álvaro, ¿tú quieres paz espiritual o un lugar donde vivir?»

Le respondí diciéndole que cuando se tienen las cosas básicas aseguradas, como un techo propio por ejemplo, era fácil entregarse a cosas espirituales y ver con malos ojos a quienes como yo estamos más pendientes de cosas terrenales tales como trabajar para intentar surgir por cuenta propia, como seguro hicieron los padres de ella, quienes gracias al esfuerzo de años lograron darle a Maga esa vida tranquila y plácida necesaria para que ella se entregara a su espiritualidad. Maga me replicó, me llamó cínico y ateo (lo soy, y no sé dónde está la ofensa), y sin necesidad de decirlo supimos que nuestra amistad se iba terminando en cada nuevo correo que nos enviábamos en esa discusión inútil y pueril sobre lo terrenal y lo espiritual. En el interior de Maga se desarrolló, pude notarlo, un odio hacia mí más poderoso que su paz interior. (No hemos vuelto a hablar y lo último que supe fue que ella se largó a estudiar en el extranjero).

Días después de aquellos correos, Maga publicó en Facebook un estado donde lamentaba el robo muy violento de un amigo suyo. En una de esas ironías de la vida, a ese amigo, ferviente impulsor del ciclismo urbano y organizador de olimpiadas de burbujas de agua en plazas de Caracas, le robaron un Yaris y le cayeron a coñazos, le rompieron la cabeza, un brazo, le desprendieron el bazo y de vaina lo mataron.

Me imaginé el epitafio del pobre chico si lo hubiesen matado:

 

«Acá yace un hombre que escogió tener mucha espiritualidad. Sin embargo, nació en Venezuela».

 

2

Tenemos patria

 

Quizá sea cierto lo que me dijo Maga. Le doy mucho valor a las cosas materiales. No creo en la resurrección, no creo en la transmutación del alma. No creo en un paraíso al que podemos llegar después de morir. Para mí la vida es (y usaré con cierta ironía la siguiente frase) aquí y ahora. Y aquí y ahora significa obtener, en este mundo terrenal, todo aquello que nos haga la vida cómoda y placentera. Aquí y ahora significa vivir sin necesidades materiales para poder entregarte a otros tipos de placeres y de ese modo conseguir la tranquilidad interna, la felicidad.

Quizá por ese excesivo apego a las cosas terrenales es que no me convence el siguiente mantra que los chavistas repiten con tanta fe (la fe del que no tiene nada material en esta vida y le convencen de que vivir en esa carestía es lo normal e incluso digno, y que toda aspiración material es reprochable, porque acá lo importante es lo inmaterial, lo que no vemos, lo que sentimos):

 

«Tenemos patria».

 

En esa consigna se resume la «espiritualidad» del chavismo, un proyecto que vive de la ilusión, que alimenta en el creyente chavista la fe de un paraíso que le espera mientras más ciegamente crea en él, un proyecto que trata de convencerlo de que sus necesidades verdaderas pesan menos o incluso son desechables cuando se impone la fantasía de que tenemos una Patria.

La Venezuela verdadera, en cambio, es un país donde la inflación escala picos intolerables, donde la violencia persigue a todos, donde la industria nacional está destruida y se depende de los dólares del petróleo para poder importar comida y medicinas, donde los jóvenes no tienen dónde irse a vivir o dónde ven que sus estudios no valen nada, donde la corrupción y la militarización penetra capas más profundas de la sociedad, donde el panorama es cada vez más aciago, pero desde el poder se insiste en una Venezuela fantástica, se nos pide que cerremos los ojos, nos concentremos, meditemos y olvidemos todas nuestras necesidades más elementales, básicas y reales porque acá lo importante es tener fe revolucionaria. La Patria Grande sincretiza el nirvana, la tierra prometida, el paraíso, el destino final de la irracionalidad chavista.

La dirigencia del chavismo tiene mucho en común con una chica como Maga: es un grupo de personas que vive sin preocupaciones terrenales (porque lo tiene todo y se da la buena vida) y que le pide al pueblo que sacrifique sus necesidades en aras de la espiritualidad chavista (tenemos patria). No importa que no tengamos qué comer, ni dónde dormir, ni vivamos seguros, ni que suframos escasez de productos de higiene, si nos ponen a elegir entre lo que necesitamos para vivir y la fe, lo que importa para la dirigencia chavista es lo segundo, que tengamos una fuerte espiritualidad que nos aleje de las perniciosas preocupaciones terrenales que nos impiden llegar al paraíso revolucionario.

 

 

3

Sobre paisítos de mierda

 

Hace poco noté en todo su esplendor la irracionalidad de eso de «tener patria». A la oficina acudió un técnico de fotocopiadoras, un hombre en sus cincuenta y cuidadoso con las palabras incluso cuando impreca. Es chavista y muchas veces he discutido con él. Ese día se le ocurrió hablar sobre el posible ingreso de Colombia a la OTAN. Indignado —como marca el manual de la repetición del chavista—, maldijo a Colombia y la acusó de prestar su territorio para la invasión a Venezuela, invasión con la que los belicosos chavistas sueñan, y concluyó metiendo a Perú y Chile en esa lista de lo que él denominó con mucho desprecio como «paisítos de mierda entregados a los intereses de Estados Unidos porque les da miedo tener patria».

¡Países que no quieren tener patria como nosotros, maldita sea!

Dejé la conversación allí. Hablarle de la realidad a alguien que vive enganchado en la fantasía es una pérdida de tiempo. Por eso decidí no discutir nunca más con chavistas. El técnico se fue sin reparar la fotocopiadora: la pieza faltante ya no se consigue en el país.

De regreso a casa, luego de otro retraso en el metro que colapsó toda la ciudad, pensé en la expresión «paisítos de mierda».

Tengo primos que han crecido en Lima y en Milán. Hablaré de los primeros, por cuestiones de similitud entre países sudamericanos. Ellos y yo hemos crecido en familias de clase media, con casi las mismas oportunidades de progreso. Hace veinte años, ellos vivían en una situación precaria, padecían las consecuencias del nefasto gobierno de izquierda populista de Alan García, padecían el terrorismo desatado por los comunistas de Sendero Luminoso y del MRTA. A diferencia de ellos, a mi familia y a mí no nos faltaba nada en Venezuela, aunque tampoco vivíamos en la abundancia.

En estos veinte años, las situaciones han cambiado. Si medimos la calidad de vida de mis primos y la mía, saltan las diferencias: la economía peruana, así como la chilena y la colombiana —las que para este técnico de impresoras y muchos más chavistas son paisítos de mierda—, vive momentos de crecimiento sin precedentes gracias a gobiernos responsables y serios, alejados de venderle al pueblo una ilusión, una tierra prometida.

Si medimos la calidad de vida de mis primos y la mía en el aspecto material, salta a la vista la prosperidad en la que ellos viven. No padecen de escasez de alimentos, de hecho cuentan con cadenas de supermercados donde consiguen cualquier producto en una variedad de marcas que compiten entre sí para ofrecer el mejor precio al consumidor, tampoco tienen que anotarse en listas de miseria para comprarse un apartamento asignado por el Estado ni recurren a un banco para comprarse un carro financiado, de hecho, compran el apartamento que quieren donde quieren y cambian de carro con facilidad cada cierto tiempo pagándolo en efectivo a precios no-exagerados como acá.

Si medimos la calidad de vida de mis primos y la mía por la tranquilidad, es evidente cómo ellos la pasan mejor, no tienen miedo de salir a las calles por las noches, pueden dedicarse a estudiar libremente y saber que sus estudios les ayudarán a seguir progresando materialmente y este progreso les llevará a una verdadera tranquilidad espiritual, una tranquilidad de saberse con las necesidades básicas cubiertas para poder entregarse a su familia, a la felicidad, a vivir de verdad y no como nosotros, a malvivir creyendo que estamos en la dicha de un proyecto revolucionario que tiene como objetivo fundamental la dignificación del ser humano cuando lo que ha conseguido es todo lo contrario: reducirlo a la servidumbre de depender de un Estado que le lanza migajas, e infundirle el fanatismo de creer que tiene algo, de que tiene patria.

¿Es esta la patria que queremos?

¿Es esta la patria de la que se ufana Elías Jaua? Le respondería con palabras de Rafael Caldera:

 

«A un pueblo no se le puede pedir sacrificios mientras pasa hambre».

 

¿Queremos seguir engañados en la mentira de que Venezuela es un gran país y que los países que nos rodean y no están entregados a la idiotez del socialismo lo pasan mal?

A mí no me venden esa mentira de que «tenemos patria». A mí no me importa tener patria si la patria que me ofrecen es una ilusión. Una ilusión que no soporta un minuto de realidad, que solo puede ser sostenida con consignas para un pueblo alienado, como las que usa Elías Jaua. Soy muy apegado a este mundo, a lo terrenal, para caer en esta fantasía de tener patria. Yo lo que quiero es un país que de verdad ofrezca a sus ciudadanos cosas concretas y no le pida vivir de fantasías.

Y esto último, al parecer, es lo único que puede ofrecer el chavismo: la ilusión de una patria que no existe.

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Entrada de Instagram 2152757401870630145_17836884 «Y cada vez que vuelvo
Un mismo final
Afuera el mundo sigue
Soy uno más buscando en el mar
Cae el sol».
•
#Lima #sodastereo #atardecer
Entrada de Instagram 2128707588078247984_17836884 Caribe (2009).
Entrada de Instagram 2084614024348433291_17836884 En realidad, el plan era hacer una escala de dos o tres días en Santiago y proseguir con el viaje hacia el destino final. Esto no ocurrió y quedé con un boleto hacia una ciudad que no figuraba en mi lista por conocer y de la que conocía muy poco (Costanera Center, Estadio Nacional, precordillera). «Es una ciudad nueva de todas formas, un país que no conozco, veamos qué tal», me dije como consuelo. Lo cierto es que Santiago me ha sorprendido. Me he conseguido una ciudad con amplios parques y miradores increíbles, bulevares que se entrecruzan y dieran la impresión de nunca acabar, con unas calles que en algunas partes evocan alguna vieja ciudad como Barcelona o Roma y en otras, más modernas, explican muy bien el apodo de Sanhattan. Hay una planificación urbana envidiable, con un metro que desluce otros subterráneos que alguna vez me deslumbraron. Mi visión ha sido breve, la del turista en un viaje improvisado, pero me satisface lo que vi.#Santiago #Chile
Entrada de Instagram 2083487850083877342_17836884 Pacífico al sur.
Entrada de Instagram 2082368493836514550_17836884 En los últimos cinco años he conocido Los Andes desde Mérida hasta Santiago. Y la ruta sigue.
Entrada de Instagram 2081018812577561749_17836884 Punto de fuga.

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