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Estado de política

El Guernica está en Libia

21 febrero, 2011 by Álvaro Rafael 1 comentario

Guernica de Picasso

Una de las primeras preguntas que oyes entre el público cuando entras al Museo Reina Sofía de Madrid es «¿Y dónde está el Guernica?» La pregunta se convierte en un coro, se repite hasta volverse un eco, el nombre de la ciudad vizcaína se matiza en diferentes acentos de turistas atraídos por la potencia de este grito antibelicista de Picasso. Cuando te acercas a las guías del museo notas que ellas ya esperan que le hagas la misma pregunta «¿Dónde está el Guernica?»

A medida que vas ingresando a salas dedicadas al arte relacionado con la Guerra Civil española empiezas a notar la tensión contenida de muchas personas, la mayoría que tal vez no sepa nada de arte. Entonces van apareciendo los primeros bocetos del Guernica, pequeños dibujos de las figuras centrales del cuadro: el caballo, el toro, la madre con el hijo muerto, y que terminan conduciéndote a la sala donde por fin aparece el Guernica de Picasso.

Francamente, me pareció un cuadro de menores dimensiones de lo que imaginaba, con un tono algo oscuro similar al que notas en la madera ahumada. Sin embargo, de todas maneras te deslumbra e impacta estar ante uno de los cuadros con una historia de tragedia. Puedes pasar varios minutos mirando cada detalle que tiene el cuadro y que escapaban a las pobres reproducciones que mirabas en los textos escolares que no lograron reproducir esa sensación de miedo y horror que transmite el cuadro de Picasso. Una ciudad devastada por la Legión Cóndor y la Aviación Legionaria de las belicosas Alemania Nazi y la Italia fascista en sus experimentos de antesala para la Segunda Guerra Mundial. El propósito fue claro: desmoralizar a la debilitada segunda república española atacando a población civil indefensa.

El horror que quedó plasmado en un cuadro de 1937. El Guernica de Picasso es un testimonio de una época en que la brutalidad de la guerra (y toda guerra ya de por sí es brutal) no tenía límites, no distinguía entre blancos militares y población civil. Cuán equivocados estábamos: la población civil sigue siendo objetivo en las guerras, lo que antes era un bombardeo a secas ahora recibe el eufemístico nombre de «daño colateral» para no inquietar las consciencias y no pintar más Guernicas. Pero las consciencias se inquietan.

Guernica ahora está en Libia. Un país cuyas autoridades no dudan en bombardear a su pueblo que protesta contra un régimen enquistado en el poder desde hace más de cuarenta años. No sé cuán fidedignas sean las informaciones que provienen desde fuentes en el lugar, pero lo que no cabe duda es la brutalidad de un régimen que manda al hijo del dictador a declarar la guerra contra sus conciudadanos, y lo hace con toda una postura de suprema arrogancia que da el saberse protegido por unas fuerzas armadas envilecidas y sirvientes ante el poder y las extravagancias de un caudillo. Un régimen que se cree con la potestad de usar las armas de la Nación para disparar a su pueblo, como si se tratara del amo de una plantación controlando un motín de sus esclavos. Es indignante, e indigna particularmente más por las implicaciones que tiene la situación de Libia con Venezuela.

Porque aún tenemos en la memoria las visitas que hizo el coronel Gaddafi a Venezuela, arropado por todo el aparataje del poder para sentirse en casa. Por un infantil deseo de molestar a otros países, nuestro Gobierno no le tiembla la mano para extendérsela a un personaje como Gaddafi. Incluso, le regala una réplica de la espada de Bolívar, y es inevitable pensar que esta espada camina ahora por las calles de Libia para usarse contra los deseos de un pueblo por liberarse de un dictadorzuelo enamorado del poder por el poder mismo.

Por un mínimo de dignidad, nuestro Gobierno debería pedirle disculpas a los venezolanos por todos los honores que se le dio a un represor que no se ruboriza de ello. Si no lo hace, sabremos de qué lado de las partes se pone. Sabemos qué dirán, o que no dirán nada o que lanzarán acusaciones conspirativas. Ya en su momento se pusieron del lado del ultraconservador Ahmadineyad durante la represión a la revolución verde de Irán. Seguro que si nuestros militares que nos gobiernan hicieran un tour por el Museo Reina Sofía de Madrid, se sentirían igual de conmovidos ante el Guernica de Picasso. Pero no por el horror de las víctimas. Sino por no haber tenido tiempo de ser aliados de la Alemania nazi.

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La vida estúpida de Sebastián Arana

La vida estúpida de Sebastián Arana, 4

7 febrero, 2011 by Álvaro Rafael No hay comentarios

Árbol Altamira, Chacao, frente a Bahía's

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La mayoría de los desastres es consecuencia de una sucesión de eventos mínimos de los que muchas veces no somos conscientes. Envías un correo lleno de quejas al periódico que publicó una reseña con errores y sin buscarlo causaste el despido de un redactor padre de familia y la desestructuración de la familia terminó en la excusa que alegó uno de los hijos adolescentes del redactor en su carta de suicidio. Te burlabas de los granos en la cara de un compañero de clases y el aislamiento produjo en la cabeza de este chico un corto circuito que lo llevó a ser un asesino en serie. Somete a una población a la marginación como parte de una guerra entre ideologías políticas antagónicas y con los años tendrás un enviado de Dios que estrelle contra una torre un avión repleto de pasajeros.

Indaga en la mente del adolescente suicida, del asesino en serie, del kamikaze, y verás que ellos no nacieron con un gen de la tragedia, sino que siempre señalarán un hecho en concreto como punto de partida de la reacción en cadena que ocasionará la gran explosión del caos.

Pero para Sebastián no había un hecho que marcara el origen del caos. Él había elegido el caos por su propia cuenta y ni siquiera se molestaba en acusar a nadie. Sencillamente quería el caos por el caos mismo y de esa manera se había entregado a provocar toda esa cadena de eventos que lo llevaran en dirección contraria al hijo suicida, al chico con granos en la cara y al terrorista: mientras ellos iban hacia un efecto, él buscaba generar la causa del caos. Mientras todas las personas que llevan «vidas normales» se dirigen hacia una dirección (una vida ordenada, una familia amorosa, un trabajo estable), él se había propuesto regresar a los orígenes de todo, o al menos eso presumía: quería volver a cuando todo era un caos, cuando no habían estructuras, cuando la evolución no había sacado a los hombres de las cavernas para llevarlos hacia el tedioso progreso. Había tomado la dirección de la oscuridad, de la involución, de la estupidez.

Todo eso me lo dijo de camino a casa de Valeria a no sé qué una noche fastidiosa en que acepté acompañarle no sé por qué, poco antes de señalar el árbol que crece frente a Bahía’s en Altamira y me preguntó si no me parecía que ese árbol estaba jodidamente atravesado en mitad de la calle. No terminé de decir sí cuando apretó el acelerador de su aburrido Aveo cuatro puertas y cuando levanté la mirada de su zapato lo que vi fue la brillante luna llena en el lugar donde debería estar el piso y luego mis pies en donde debería ver el techo del carro y no sé qué más. Muchas veces oyes decir que los segundos previos a de morir ves pasar tu vida como un flashback emotivo, casi cursiloide, en el que aprecias cada momento de la vida que vas dejando. Debe ser que el Dios editor de la vida sólo pone esta secuencia cuando realmente vas a morir, porque lo que yo vi en cambio fue, antes de abrir los párpados y encontrarme en una camilla de ambulancia, la sonrisa en Sebastián estrellándose contra el parabrisas y la sangre de mi frente cubriendo mis ojos y si creen que hubo trompetas de ángeles tocando el soundtrack de bienvenida al cielo se equivocan.

Ni siquiera fui consciente de las vueltas que dio el carro, las suficientes como para que luego una enfermera de buen humor me dijera que terminamos diez metros más allá, cerca de la bomba, con el Aveo ruedas arriba y dando giros como un trompo en forma de acordeón.

El instinto de supervivencia en estos casos no suele ser muy brillante, ya que lo primero que le pregunté fue si la atención médica que me habían dado sería gratis o tendría que pagarla yo. Vivo en un país donde no puedo darme el lujo de sobrevivir a accidentes cinematográficos, por lo que morir resultaría más económico. Fue cuando me percaté de que estaba en un dispensario lo suficientemente miserable como para intuir que yo no tenía nada de gravedad, sólo unos moretones y la desorientación producto del shock de pasar por un choque.

No quise preguntar por nadie más. Más bien, alguien que presumí como un funcionario de salud me sometió a una serie de preguntas un tanto imbéciles y luego apareció un Polichacao con la finalidad de continuar con un cuestionario del tipo me-sabe-a-mierda-que-estés-saliendo-de-un-accidente, güevón. El tipo estaba interesado en saber las circunstancias del accidente. Me dijo que el árbol con el que nos estrellamos es un símbolo del municipio Chacao. Mentalmente maldije a Sebastián. Pensé en las mentiras que por su lado habría dicho para justificar chocar contra aquel árbol y en la estupidez de los símbolos.

Cualquier persona medianamente inteligente sabe que una de las primeras irracionalidades que te enseñan en los colegios es el respeto a los símbolos. Un hombre podía estar con la camisa ensangrentada, con moretones en todo el cuerpo, con la memoria temporalmente disminuida, pero importaba más la integridad mellada de un puto árbol. Siempre es así: vale más un símbolo que una persona. Si no me creen, vean cómo hemos dejado de ver a Bolívar como un simple mortal y le hemos conferido toda una simbología que lo lleva al plano de la divinidad, y la divinidad siempre es irracional. Todavía me acuerdo cuando en sexto grado me tocó leer un ensayo que escribí en ocasión del natalicio de Simón Bolívar en el que criticaba su carácter autoritario que dejó como herencia nuestra admiración por lo militar en lugar de por lo civil y en el que sugería que viviríamos mejor formando parte de España. Suspensión por una semana, críticas terribles contra mis primeros pasos literarios y citación de mis padres. Todavía no me gusta Simón Bolívar, o el Simón Bolívar simbólico que nos obligan a adorar en las escuelas, pero desde aquel momento comprendí que la libertad de expresión termina cuando se critican los símbolos, y los dioses son símbolos. Ese árbol es un símbolo, y habíamos chocado contra él. Aun si eres escasamente inteligente podías saber que estabas metido en un gran problema.

Cansancio o no, o para no verme involucrado en esto, le dije que el pavimento estaba húmedo y el conductor había perdido el control. Perdió el control de un vehículo a eso de cien kilómetros por hora en una calle de menos de 20 metros de largo y mojada por la lluvia desde hace rato y atravesada por la mitad por un árbol centenario que complicaba el tránsito normal, suena muy lógico, ¿no?

Lo cierto es que el oficial anotó con indiferencia mi nombre, mucho mejor que el suyo que destellaba en una placa dorada: Felipe Mollejón, se bajó las gafas oscuras marca Terror y se marchó sin soltar alguna de esas frases compasivas que esperas oír cuando estás escoñeteado.

Quedé otra vez en el habitáculo de un dispensario y cuando me dispuse a dejarme caer sobre la camilla entró la enfermera para decirme que me fuera, que yo estaba bien. Su amabilidad había desaparecido por culpa de una fiesta de niños en Plaza Altamira que terminó en tragedia cuando una atracción se vino abajo. Sonaban ambulancias. Doctores corrían de un lugar a otro. Se oía el llanto de niños con las caras pintarrajeadas con corazones. Luego supe que lo máximo que ocurrió fue la fractura de una pierna del payaso encargado de la animación. Pero el hecho era demasiado bueno como para que la prensa amarillista caraqueña no dejara de publicar con enormes titulares Tragedia en Chacao. Un payaso con una pierna rota, joder, tremenda tragedia. Fue así como nadie habló del árbol centenario que había quedado de medio lado y que era el origen inadvertido del tráfico de varias avenidas de Chacao.

Así suceden las cosas: un árbol torcido a veinte cuadras generó una cola frente al Parque del Este que fue aprovechada por un grupo hamponil para asaltar un autobús oficial lleno de secretarias que iban a celebrar el cumpleaños del jefe. En su escape en motos uno de los delincuentes atropelló a un joven abogado que iba tarde a un juicio. Esto generó que su cliente perdiera un caso de varios millones de bolívares y que su empresa estuviera destinada a la quiebra. Varias familias quedarían en la calle. Toda una sucesión de eventos de los cuales ninguna de esas personas estaba consciente de que se había originado cuando un tipo había decidido estrellar su Aveo contra un árbol en una calle de Altamira. Sebastián se había propuesto arruinar su vida. En su camino había generado la reacción en cadena que chocaría esos átomos que éramos cada uno de nosotros. Desde ese momento todo el mundo estaba en riesgo de ser tocado por el caos.

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Estado de política, Microdos

De qué valió la independencia de Venezuela

19 abril, 2010 by Álvaro Rafael 3 comentarios

Hoy es 19 de abril y me resulta conmovedor ver cómo nuestro Gobierno y-que-de izquierda socialista hace tanto festejo de lo que fue esencialmente una revuelta burguesa y a favor de Fernando VII, rey de España. Ese evento es tomado como el inicio del proceso independentista de Venezuela. La lucha fue larga y concluyó con la ruptura definitiva de nuestros vínculos con España. Logramos la independencia ¿a cambio de qué? A cambio de: guerras civiles, militarismo, civiles corruptos, creación de una oligarquía y un proletariado parasitarios,  empobrecimiento crónico, disputas raciales, exaltación de un hombre autoritario como Bolívar y el desprecio a las leyes con la constante invocación de revoluciones para seguir destruyendo lo que nunca ha terminado de construirse. Me pregunto: y si en lugar de la ruptura total con España, hubiésemos pedido la igualdad de derechos políticos, si en lugar de destruir la Colonia, hubiésemos presionado por llevarla a un nivel distinto dentro de una Comunidad de Naciones Hispánicas de iguales (tipo commonwealth), ¿cómo sería hoy en día Venezuela y, en general, los países hispanoamericanos?

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Estado de política, Estado social

La reelección indefinida y la relación de dependencia

7 enero, 2009 by Álvaro Rafael 6 comentarios

[important]Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertad republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente.

Simón Bolívar (Discurso de Angostura)[/important]

·

Otro de los argumentos utilizados por el Gobierno para justificar la reelección continua-indefinida-perpetua es «la democracia es respetar el derecho que tiene el pueblo de elegir a una persona todas las veces que quiera» o el más sintético «el pueblo es quien decide».

Nada más dañino para una democracia que el pueblo genere relaciones de dependencia hacia un solo hombre-gobernante. En una democracia real, el Estado es el encargado de construir ciudadanía y los gobernados (nosotros) los encargados de ejercerla. Cuando el Estado acostumbra a su pueblo a necesitar de un solo hombre genera algo totalmente nocivo para la propia vida: una relación de dependencia.

En la naturaleza, los padres lanzan a sus crías fuera del seno materno para que éstas puedan desarrollar sus capacidades por sí solas. En sentido metafórico, en la relación de dependencia que ha creado nuestro Gobierno, el Gobierno le ha cortado las alas a sus crías para que éstas dependan siempre de él.

·

1.El argumento «toda persona debe elegir a quien quiera las veces que quiera» encierra una relación de absoluta y peligrosa dependencia y sumisión.

2.Elimina la capacidad crítica de los ciudadanos.

3.Por último, destruye la ciudadanía, convirtiendo a los gobernados de un país en simples súbditos de la voluntad de un solo hombre.

·

Allí se encuentra el peligro del que hablaba Simón Bolívar en la muy conocida frase: el peligro de que un pueblo se acostumbre a un solo hombre-gobernante está en que el pueblo pierde la libertad de ejercer por sí mismo los derechos políticos, hipotecados a los caprichos personales del líder en esa relación de dependencia.

El Estado debe formar ciudadanos, no súbditos entregados al señor feudal. El Estado debe acostumbrar a los ciudadanos a valerse por sí mismos, y no a castrarlos en sus derechos y aspiraciones políticas. Porque lo que busca esta reelección continua-indefinida-perpetua es hacer de Venezuela un país de eunucos.

·

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Entrada de Instagram 2152757401870630145_17836884 «Y cada vez que vuelvo
Un mismo final
Afuera el mundo sigue
Soy uno más buscando en el mar
Cae el sol».
•
#Lima #sodastereo #atardecer
Entrada de Instagram 2128707588078247984_17836884 Caribe (2009).
Entrada de Instagram 2084614024348433291_17836884 En realidad, el plan era hacer una escala de dos o tres días en Santiago y proseguir con el viaje hacia el destino final. Esto no ocurrió y quedé con un boleto hacia una ciudad que no figuraba en mi lista por conocer y de la que conocía muy poco (Costanera Center, Estadio Nacional, precordillera). «Es una ciudad nueva de todas formas, un país que no conozco, veamos qué tal», me dije como consuelo. Lo cierto es que Santiago me ha sorprendido. Me he conseguido una ciudad con amplios parques y miradores increíbles, bulevares que se entrecruzan y dieran la impresión de nunca acabar, con unas calles que en algunas partes evocan alguna vieja ciudad como Barcelona o Roma y en otras, más modernas, explican muy bien el apodo de Sanhattan. Hay una planificación urbana envidiable, con un metro que desluce otros subterráneos que alguna vez me deslumbraron. Mi visión ha sido breve, la del turista en un viaje improvisado, pero me satisface lo que vi.#Santiago #Chile
Entrada de Instagram 2083487850083877342_17836884 Pacífico al sur.
Entrada de Instagram 2082368493836514550_17836884 En los últimos cinco años he conocido Los Andes desde Mérida hasta Santiago. Y la ruta sigue.
Entrada de Instagram 2081018812577561749_17836884 Punto de fuga.

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