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Elecciones 2012, Estado social

El salario mínimo venezolano: ¿realmente el de mayor valor de Latinoamérica?

23 septiembre, 2012 by Álvaro Rafael No hay comentarios
Salario mínimo de Venezuela

Tres Cosas Materiales que los venezolanos buscamos para Alcanzar la Felicidad

·

En una de las tantas propagandas a favor del candidato a la reelección perpetua salen unas personas contentas y dichosas que bailan y nos demuestran a nosotros, los que no comulgamos con su candidato, que somos una pila de desagradecidos y amargados por no bailar al mismo ritmo de la Patria bonita. En la propaganda, una voz en off repasa los «logros» de la Revolución bolivariana y entre los mismos se asegura con vanidosa y soberbia seguridad que el salario mínimo de Venezuela es el más alto de Latinoamérica y que por eso, porque somos (y al parecer quieren que siempre seamos) unos hijos dependientes de papá Estado, tenemos que darle el voto para que siga aportándonos su generosa mesada (en vista de que, como van las cosas, en un futuro no muy lejano todos seremos empleados públicos).

¿Esa voz anónima dice la verdad? ¿Tenemos el salario mínimo más alto de la región y éste tiene capacidad real de compra? Si nos remitimos a los hechos, esa voz solo repite el discurso oficial. Ya lo ha dicho el propio candidato a la reelección perpetua en cadenas y discursos proselitistas, y como buen político venezolano que es lo ha sustentado con un lenguaje sencillo y «popular», con ingeniosas láminas de PowerPoint y sin tantas pulituras ni rigor académico, que seguramente le suenan a cosas propias de la burguesía.

Y como a los venezolanos nos gustan las explicaciones así, bien llanas, bien PowerPoint y que se graben fácilmente en nuestra memoria para luego repetirlas, me he dado a la tarea de hacer una breve y sencilla investigación por la red para ver cuán cierta es aquella afirmación sobre nuestro poderoso salario mínimo y la capacidad de compra que tiene sobre las Tres Cosas Materiales que los venezolanos buscamos para Alcanzar la Felicidad: una casa, un automóvil y un teléfono BlackBerry, comparado con el salario mínimo y la capacidad de compra de otros países de la región (escogidos al azar).

De entrada, este no pretende ser un análisis científico. Es más bien un repaso somero e informal con precios referenciales y datos extraídos de páginas de acceso público. Se omiten para facilidad comparativa datos económicos como a) la inflación (que en todo caso nos dejaría peor parados respecto a otros países), b) la asignación de extras al salario (para así mantener lo más equilibrada la comparación), c) los créditos al consumo y los subsidios estatales y d) el famoso índice Big Mac (en vista de lo manipulado que está por los gobiernos).

Los precios de los artículos a comparar se ponen en la moneda local, su respectivo tipo de cambio en dólares y en bolívares; en el caso de Venezuela, se usa el dólar a Bs. 4,3, porque como usted sabe no hay otro más en este país, para nada, aléjese de malos pensamientos apátridas y golpistas.

El objetivo de esta comparación no es caer en la típica queja que oiríamos de un «chamo del este del este» diciendo que «Venezuela es una mierda» y que todos los demás países son mejores que el nuestro, no, sino desmitificar aquel discurso cazabobos de nuestro poderoso salario mínimo en aras de crear consciencia de lo mal que estamos y de lo mejor que podemos estar si cambiamos no solo este modelo económico anquilosado en una ideología fracasada, sino y sobre todo de Gobierno (cuyos miembros no viven, precisamente, con salario mínimo).

(Los siguientes datos están sujetos a modificaciones si alguien desea agregar correcciones; se han seleccionado viviendas y automóviles dirigidos a la clase media para facilitar la comparación)

 

Argentina

Salario mínimo (referencia)

2.670 pesos

570 dólares

2.453,72 bolívares

Apartamento de 3 habitaciones y 150 m2 (compra): en Caballito, Buenos Aires (referencia)

748.639 pesos

160.000 dólares

687.999 bolívares

Automóvil: Chevrolet Aveo, año 2010 (referencia)

62.500 pesos

13.357 dólares

57.437 bolívares

Teléfono celular: BlackBerry 9300

1.999 pesos

427 dólares

1.837 bolívares

Es decir, para que nuestro amigo Mariano pueda comprar un depa en Caballito, requiere 280,3 salarios mínimos. Si no quiere tomar el subte, con 23,4 salarios mínimos se compra un Aveo. Con 0,74 salarios mínimo estrena BlackBerry.

 

Brasil

Salario mínimo (referencia)

622,73 reales

307,7 dólares

1.323 bolívares

Apartamento de 3 habitaciones y 120 m2 (compra): en Morumbi, São Paolo (sí, no es la capital de Brasil…) (referencia)

450.000 reales

222.827 dólares

956.240 bolívares

Automóvil: Chevrolet Celta, año 2010 (referencia)

14.900 reales

7.378 dólares

31.662 bolívares

Teléfono celular: BlackBerry 9300 (referencia)

479 reales

237 dólares

1.017 bolívares

Luisinho forma parte de la pujante clase media paulista, y para comprarse un apartamento requiere 722,62 salarios mínimos; quizá lo primero que pueda comprar sea un coche por solo 23,9 salarios mínimos, donde llevará de paseo a la novia luego de llamarla por un celular por el que pagó 0,7 salarios mínimos.

 

Chile

Salario mínimo (referencia)

193.000 pesos

409 dólares

1.761,24 bolívares

Apartamento de 3 habitaciones y 142 m2 (compra): en Providencia, Santiago (referencia)

140.000.000 pesos

297.113 dólares

1.277.589 bolívares

Automóvil: Chevrolet Aveo, año 2010 (referencia)

4.400.000 pesos

9.337 dólares

40.152 bolívares

Teléfono celular: BlackBerry 9300 (referencia)

100.000 pesos

212 dólares

912,5 bolívares

Con los precios anteriores, Patricio requiere 725,3 salarios mínimos para comprarse un departamento. Más barato le sale comprar un coche por 22,7 salarios mínimos para pasear con la polola; un BlackBerry le cuesta 0,5 salarios mínimos.

 

Perú

Salario mínimo (referencia)

750 nuevos soles

288 dólares

1.239,43 bolívares

Apartamento de 3 habitaciones y 86,16 m2: en Jesús María, Lima (referencia)

105.000 nuevos soles

40.353 dólares

173.520 bolívares

Automóvil: Chevrolet Aveo, año 2010 (referencia)

27.321 nuevos soles

10.500 dólares

45.150 bolívares

Teléfono celular: BlackBerry 9300 (referencia)

649 soles

249,4 dólares

1.072,52 bolívares

Huantinsuyo debe aportar unos 140 salarios mínimos para comprar un departamentito, 36,4 salarios mínimos para un carrito y 0,8 salarios mínimos para el móvil.

 

Venezuela

Salario mínimo (referencia)

2.047 bolívares

476 dólares

Apartamento de 3 habitaciones y 153 m2: en Las Palmas, Caracas (referencia)

1.600.000 bolívares

372.093 dólares

Automóvil: Chevrolet Aveo, año 2010

156.000 bolívares

36.299 dólares

Teléfono celular: BlackBerry 9300

2.289 bolívares

532 dólares.

 

Llegamos a lo nuestro, a lo que toca nuestra fibra nacional. Para comprarse un apartamento, José Luis debe invertir un total de 781,6 salarios mínimos. Para no sentir cómo le apretujan los verdaderos paquetes ocultos en el metro y comprarse un carro de segunda mano, debe poner 76 salarios mínimos. Y para llamar a la jevita, con dejar de comer un mes y aportar 1,11 salarios mínimos se compra el BlackBerry.

 

Como bien señalé, el análisis previo es bastante informal y no busca más que orientar sobre la debilidad de tener un «salario mínimo alto» con precios de artículos mucho más altos que el promedio de la región. Variables como las de la inflación destruyen la capacidad de ahorro del venezolano, y por más bonificaciones que se agreguen a nuestro salario para engordarlo muy poco puede hacer para costear dichos precios también engordados. Así que tal vez tengamos uno de los salarios mínimos más altos de Latinoamérica, pero con un poder de compra real de los más bajos.

Esto no es digno de nombrar como mérito de la Revolución bonita, sino un lamentable síntoma de una economía enferma dirigida por políticos que de salud económica conocen muy poco. Tan poco como conocen los esfuerzos que hacen los «ciudadanos de pie» para sobrevivir con ingresos debilitados.

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Deporte, Estado social

La medalla «nuestra» de Rubén Limardo: la apropiación de su éxito

14 agosto, 2012 by Álvaro Rafael 1 comentario

Cuando en un país con escaso peso internacional en las artes, en las ciencias, en la cultura, en la política, en la industria o en el deporte como Venezuela (salvo contadas excepciones, que son eso) alguien logra un reconocimiento fuera de sus fronteras, no es de extrañar que algunos connacionales conviertan las espontáneas y muy válidas muestras de orgullo y celebración por ese triunfo en un éxito «propio», y pasen a «reclamarlo» y a defenderlo con severidad ante cualquier tipo de cuestionamiento de quienes creemos que ese logro es mérito de quien lo consigue y no de quien lo ve a la distancia. Así, estas personas proyectan sobre ese éxito ajeno el deseo de gloria propio, lo sobredimensionan y lo viven con una creencia de notoriedad internacional y chovinismo, cuando tan solo tienen una cosa que los vincula al «exitoso»: la misma nacionalidad. Es como el padre que celebra los triunfos que nunca tuvo él mismo con el hijo deportista, o la madre que no terminó la carrera orgullosa de su hija que se graduó en la universidad.

Pasa muchas veces que esta costumbre de apropiarse del éxito del «legionario», del que «pone en alto la bandera nacional fuera del país», influye en el «exitoso» de tal manera que es mal visto si su triunfo no se lo dedica a su país. ¿Cuántas veces hemos visto a un venezolano que al conseguir un premio internacional se lo dedica, antes que a sí mismo, a su patria? Muchas. Me gustaría ver algún venezolano que se atribuyera únicamente a sí mismo el éxito que ha cosechado aquí o en cualquier parte.

En cambio, no es usual ver a un actor inglés o alemán que gana el Oscar dándole las gracias a su país ni a la Reina o Canciller (no hablo de los franceses o chinos, porque ellos son ultranacionalistas). Tampoco lo es ver a un grupo musical estadounidense o irlandés dedicarle hasta el llanto el premio a sus anónimos vecinos de barrio cuando gana un premio en otro país. Eso no los hace menos inglés, alemán, estadounidense o irlandés. Simplemente, ellos se saben parte influyente del mundo, no tienen que llevar su Patria al mundo cual Quijote que asume las armas para darle prestigio a La Mancha. En otras palabras, no tienen esa urgencia de darle notoriedad a su país porque tienen asumido que ya la tiene. Mientras que los ciudadanos de países pequeños y con escasa repercusión exigen convertir todo triunfo de alguien de los «suyos» fuera de las fronteras en una gloria nacional y que aquél sea atribuido a la Patria, y, por extensión, a ellos, los ciudadanos de países influyentes, salvo hazañas memorables y de alcance global, no lo hacen.

Ejemplo: como siempre nos gusta compararnos con Estados Unidos, habría que preguntarse si este país recibió como héroes nacionales a las ganadoras de la medalla de bronce en esgrima, las hermanas Hurley. Salvo en su pueblo natal, lo dudo. ¿Por qué? Porque están acostumbrados a tales niveles de éxito que solo celebran las victorias de Michael Phelps (quien consiguió algo memorable y de alcance global), y con él tienen de sobra fervor nacionalista para presumir por un buen rato.

Todo lo anterior viene por el caso de Rubén Limardo y la reacción que ha generado su medalla de oro ganada en los recientemente finalizados juegos olímpicos de Londres. No había publicado antes un comentario sobre este asunto, principalmente por desinterés, pero también porque tocar estos temas en un país tan nacionalista como Venezuela hiere sensibilidades y mueve al insulto fácil, a las acusaciones de no querer al país y a los deseos de que nos «vayamos demasiado» por «apátridas». Pero a las muchas muestras desaforadas de verdaderos fanáticos que salen a celebrar «lo nuestro» y a «defender» la Patria herida ante la gente que cuestiona, se han sumado las declaraciones de Rubén Limardo desde el fin de semana para acá, erradas, contradictorias, oportunistas, egocéntricas, y la aparición en un programa de TV con una franela con el eslogan: «Quien no quiere a su Patria no quiere a su mamá», que me han resultado suficientemente desafortunadas como para dedicarle unas breves líneas a este tema de su medalla, de nuestras celebraciones, de lo que él representa.

Sonará antipático decirlo, pero la medalla de oro que ganó Rubén Limardo es de Rubén Limardo, aunque él se la quiera ofrendar a sus connacionales (recuerden que es de mal gusto no dedicarle los triunfos a la Patria). La obtuvo con su esfuerzo y sacrificio personales, y ninguno de los que celebró patrioteramente su triunfo por las redes sociales o en actos públicos (a excepción de entrenadores, amigos o parientes) contribuyó económicamente en la preparación que requiere un atleta para llegar en condiciones físicas, mentales, técnicas y financieras idóneas a unas Olimpiadas y luego ganar una medalla. Peor aun, ni siquiera el Comité Olímpico Venezolano lo ayudó ─aunque él ahora no quiera hablar al respecto.

Rubén Limardo despertó un fervor patriótico entendible en un país tan poco acostumbrado a los éxitos deportivos y que tan necesitado está de buenas noticias y de modelos de inspiración. Luego, muchas personas y políticos de todo el espectro comenzaron esa «apropiación» de su éxito y a explotarlo con fines particulares. El asunto se complica cuando Rubén Limardo parece ceder su triunfo personal a esas personas, y de la humildad de sus primeras declaraciones y de la simpatía que generó su paseo por el Metro de Londres con su medalla ha pasado a demostrar cierta prepotencia y arrogancia que él les da a otros deportistas, a creer que las críticas que despiertan sus ahora destempladas palabras no son contra él, sino contra todo el país, contra la Patria. Cuando Limardo dice que quien no quiere a la Patria no quiere a su mamá, pareciera que se está refiriendo a él mismo como la Patria, sabedor de que hay personas que lo critican a él, que «no lo quieren». Limardo tiene plena libertad para expresar sus opiniones, así como yo tengo las mías para decir que sus palabras no me gustan, ya no soy me siento representado por él y eso no me hace ser menos venezolano.

Será uno de los «nuestros», será un venezolano como yo, será sin lugar a dudas un buen deportista y seguramente un gran tipo lejos de la presión mediática y política, pero no por ello siento su medalla como mía, sino que se la reconozco sólo a él. Y luego de sus declaraciones, si se trata de representar el país en su totalidad, creo que Limardo no lo hace con sus palabras y actos.

Muy bien haríamos los venezolanos en empezar a valorar el esfuerzo, la constancia y el sacrificio personales, y en dejar de ceder nuestros éxitos a los demás. Ese día probablemente los venezolanos empezaremos a creernos que somos capaces de conseguir lo que nos propongamos y no a reclamar como propio, a lo mucho, el éxito de los demás.

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Asides, Relatos

La ciudad borrada

12 agosto, 2012 by Álvaro Rafael 4 comentarios

Caracas - Congestión, colas

La ciudad es un completo caos; el metro, para variar, había anunciado por sus altavoces que por problemas en tal sector el servicio presentaba un fuerte retraso; como ya viene siendo usual. Como también lo es la reacción de los usuarios: salvo algunas quejas, no pasa nada. Algunos salen, los más esperan adormecidos a que llegue el tren imaginario que los lleve a su no-destino; el tren de la dignidad, del coraje, de la protesta, hace tiempo que nos dejó atrás, y no volverá.

Yo sigo dando vueltas por las calles, un carajo con olor a alcohol se interpone en mi camino, me pide dinero para completar para la caña, intercambio palabras con él, en mi delirio busco pelea, nos amenazamos y no sé en qué momento cambia el lenguaje, de la hostilidad pasa a hablar de Dios, del respeto mutuo, de que solo me había pedido veinte bolos y que yo le había respondido mal; lo veo su vestimenta andrajosa conmueve. Nos dimos la mano y se marcha, otra vez, insultando, se gira y me apunta con la mano cual revólver. Dale, hazlo.

Todas las personas parecen tener un no-destino claro: los que esperan adormecidos, los chicos andrajosos pedigüeños, es como si la no-vida, la repetición, la rutina les hiciera carantoñas para que vuelvan con ellas, que las acaricien, que las mimen; ellas a cambio tienen para ofrecerles una existencia sin sobresaltos, sin peligros, sin mayor preocupación que volver, a cumplir con el ciclo, a vivir la no-vida.

Yo no tengo destino siquiera; hace rato que extravié la brújula, miro el caos como mar embravecido, me dejo arrastrar, miro desde lo que queda de una embarcación que solo existe en mi cabeza el naufragio, los restos flotando de lo que alguna vez tuvo forma, estiro la mano para asirme a las cosas pero la marea aleja todo, se pierden en el fondo, no hay redención, me hundo.

Por mi cabeza pasa la idea de llamarla; vive cerca, mejor estar con ella, pensé, que esperar, que vagar. La llamo, busco compromiso, busco fidelidad, busco lo que supongo toda pareja busca a cambio. Y en cambio recibo la voz indiferente del cansancio, del mejor mañana, del me siento mal hoy. Su voz se pierde en la mala señal, así como se pierde la imagen de ella, borrándose en el recuerdo de mejores días, en aquellas horas en las que los amantes encadenan promesas a un futuro que rara vez llega. Finalmente la llamada se pierde, un mensaje de error en la llamada aparece en la pantalla. Tal vez el error se dio antes de llamar.

Miro alrededor, las personas pugnan por subirse a autobuses atestados, peleas entre conductores que se vuelan los semáforos que se dejan en pocas palabras el honor, el respeto. La ciudad es así, no hay cabida para la palabra, no hay espacio para ningún tipo de paz.

Me siento a tomar un té frío en un sitio cercano; como la máquina estaba mala el té lo sirvieron caliente. No tuve problema con ello; a manera de disculpas ofrecieron un precio simbólico. Pienso en la palabra «simbólico»: en los últimos años las personas que pasan por aquí son así. Representaciones de algo, nada más. Incluso yo soy así, probablemente sea peor que eso, quizá sea el recuerdo efímero, la no-compañía de alguien. Ya no tengo ganas de pensar, la ciudad termina por asimilarme, por alumbrarme mi no-destino, por quitarme la palabra, por borrarme.

Y no me importa.

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El derrumbe

El derrumbe – Parte 6

13 diciembre, 2011 by Álvaro Rafael No hay comentarios

El derrumbe - Álvaro Rafael

[Viernes, 8.48 pm]

Vagué el resto del día sin nada que hacer. Irónicamente, para ese momento desfilaban uno tras otro los autobuses y me monté en uno. No me fijé en el destino. Era el final de la jornada y el autobús lo llenaban dos grupos que se creían separados por el largo pasillo. Unos eran obreros de la construcción que regresaban a sus casas luego de levantar edificios para familias que vivían felices segregadas del resto de la ciudad. Otros eran jóvenes con aspecto forzadamente emprendedor que sueñan con vivir algún día en aquellas construcciones nuevas, con tener un gran carro y jugar a cambiar el mundo o irse finalmente de este país. El agotamiento y la resignación a esta otra vida, la real, los unía en un resoplo que recorría todo el autobús y que para mí sonaba como la hermosa orquesta de la ruina.

En algún momento estuve sentado junto a los entusiastas. Tengo estudios universitarios, tengo [aún] techo propio, he viajado y también he querido comprarme las mismas cosas. Recuerdo que ahorré para comprarme un Palio usado y alejarme del caótico transporte urbano [para entrar al caótico mundo de las colas]. Con Patricia hicimos planes de viajar por todo el país. Incluso me dijo para recorrer toda Sudamérica. Nos reíamos de nuestros planes exagerados. Pero cuando por fin había reunido para la inicial y voy a la concesionaria encuentro que el precio se había cuadriplicado en menos de un año y el dinero ahorrado con mucho esfuerzo ya no valía para la inicial de nada.

El desánimo en el que Patricia y yo caímos lo compensamos rápidamente dándole una gustosa patada al porvenir. En la ilusión fugaz del ahora gastamos sin pensar en un mañana que seguro estaría mucho más devaluado que el presente. Con mi dinero y con el que ella contaba realizamos parte de los viajes alrededor del país y llenamos el minibar de mi apartamento con vinos y licores que aún esperan por ser terminados. Cuando una noche sin electricidad, acostados en mi cama, Patricia me contó que su padre tenía un piso entre la Gran Vía de les Corts Catalanes y Plaça d’Espanya ocupado eventualmente por un medio hermano que estudiaba en Valencia, no dudamos en irnos las semanas finales del año para terminar de olvidarnos del plan original que nunca fue.

Un viaje que le sirvió a ella para radicarse. Me dijo que ella no quería regresar, y no agregó nosotros. Yo no tenía nada que hacer en Barcelona y había asuntos que prometí resolver acá antes de regresar con ella. Cuando Patricia volvió sin avisar al país para concluir los suyos y despedirse entre lágrimas de sus amigos, no demostró interés en que volviera con ella. Se fue, otra vez sin avisar, aunque ya ella había demolido todo conmigo. Ahora que lo pienso ese viaje abrió una brecha irreparable de intereses opuestos. Nunca regresé, y desde entonces el dinero empezó una vez más a llenar mi cuenta bancaria con fondos destinados a devaluarse.

Luego de varias vueltas el autobús pasó frente a las puertas de Discovery. Me colgué el bolso de Mercadona al hombro y bajé. Me senté enfrente un par de horas a esperar a que abrieran. Entré y al cabo de unos minutos llegó hasta la mesa Alfonso y una amiga, me saludó sorprendido y me preguntó cómo estaba. «Supe que tu banda tocaría», le dije, me lo agradeció muy vanidoso y me dijo que tenía que darme una sorpresa sobre Pionia. «Te espero ver entre el público a la medianoche», me dijo luego, y saltó del taburete.

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Entrada de Instagram 2152757401870630145_17836884 «Y cada vez que vuelvo
Un mismo final
Afuera el mundo sigue
Soy uno más buscando en el mar
Cae el sol».
•
#Lima #sodastereo #atardecer
Entrada de Instagram 2128707588078247984_17836884 Caribe (2009).
Entrada de Instagram 2084614024348433291_17836884 En realidad, el plan era hacer una escala de dos o tres días en Santiago y proseguir con el viaje hacia el destino final. Esto no ocurrió y quedé con un boleto hacia una ciudad que no figuraba en mi lista por conocer y de la que conocía muy poco (Costanera Center, Estadio Nacional, precordillera). «Es una ciudad nueva de todas formas, un país que no conozco, veamos qué tal», me dije como consuelo. Lo cierto es que Santiago me ha sorprendido. Me he conseguido una ciudad con amplios parques y miradores increíbles, bulevares que se entrecruzan y dieran la impresión de nunca acabar, con unas calles que en algunas partes evocan alguna vieja ciudad como Barcelona o Roma y en otras, más modernas, explican muy bien el apodo de Sanhattan. Hay una planificación urbana envidiable, con un metro que desluce otros subterráneos que alguna vez me deslumbraron. Mi visión ha sido breve, la del turista en un viaje improvisado, pero me satisface lo que vi.#Santiago #Chile
Entrada de Instagram 2083487850083877342_17836884 Pacífico al sur.
Entrada de Instagram 2082368493836514550_17836884 En los últimos cinco años he conocido Los Andes desde Mérida hasta Santiago. Y la ruta sigue.
Entrada de Instagram 2081018812577561749_17836884 Punto de fuga.

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