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Migración venezolana

¿Cómo viven los venezolanos en Perú?

1 diciembre, 2019 by Álvaro Rafael No hay comentarios
Venezolanos en Perú
¿Cómo viven los venezolanos en Perú? ¿Están viviendo tan mal como comentan muchos en redes sociales? ¿Es Lima un gran barrio? Estas son algunas preguntas que, desde mi perspectiva, quisiera aclarar.

 

¿Los venezolanos viven bien en Perú?

 

A raíz de las denuncias de supuestos casos de xenofobia contra venezolanos en Perú escribí este tuit que se viralizó un fin de semana. Las reacciones fueron positivas y muchas personas tuvieron un nuevo panorama para comprender lo que sucedía. Algunos aprovecharon para preguntarme cómo se vive en Perú o cómo viven los venezolanos en Perú. Como las redes sociales tienen limitaciones para extender las ideas, creé esta categoría en la que me gustaría aportar algunos comentarios sobre un tema de interés para mí desde que emigré hace dos años: la diáspora venezolana.

Para aclarar cómo se vive en Perú, primero hay que definir lo básico: ¿qué significa vivir bien?

A diferencia de otros emigrantes latinoamericanos, el emigrante venezolano es heterogéneo. Emigró la clase alta con capital, emigró la clase media con educación superior y emigró la clase baja con poca preparación técnica. Es imposible aglutinar en una sola respuesta a diferentes sectores con motivaciones tan disímiles para irse de su país. Por eso lo mejor es partir de una pregunta que nos una a todos: ¿Por qué nos fuimos de Venezuela?

Nos fuimos de Venezuela por carecer de servicios básicos, por falta de alimentos y medicina, por inseguridad, por persecución política, por falta de futuro. Entonces, vivir bien es lo contrario a todo lo anterior.

Básicamente, «vivir bien» sería contar con:

  1. Servicios básicos asegurados,
  2. un país seguro (o medio seguro) y que no haya persecución política, o
  3. donde no falten alimentos ni medicamentos o
  4. con un salario que alcance para cubrir las necesidades inmediatas.

Dicho lo anterior, entonces los venezolanos viven bien en Perú. O al menos mejor que en la actual Venezuela depauperada. En Perú hay servicios básicos de calidad y a precios asequibles (agua, electricidad, telecomunicaciones), la comida abunda y es relativamente barata; la inseguridad es un tema que agobia a los locales, pero no llega al descontrol que conocemos y en general nos sentimos seguros; los hospitales también son motivo de queja local, pero están en mejor estado que en un país con crisis de salud crónica como Venezuela.

Además, pese a lo que se ve en redes sociales, por los momentos en Perú no hay una persecución estructurada en contra de los venezolanos (sí hay señales de alarma que se deberían resolver pronto para no generar problemas a mediano y largo plazo) y cualquier venezolano puede «vivir bien» acá.

El asunto es que no solo se vive de lo material. Hay otros intereses inmateriales que hacen que una persona sienta que viva bien o viva mal en un lugar. Pero este elemento inmaterial tiene una base material, porque las expectativas (elemento inmaterial) se cumplen si cumples primero con lo material. Si por tu cuenta llenas el plato de comida, tienes el estómago lleno para pensar en cosas más elevadas.

Entonces, ¿qué es eso material que genera que las expectativas de algunos no se cumplan y sientan que vivan mal? En mi opinión tiene que ver con la vivienda.

 

Expectativa y realidad: de viviendas familiares en Venezuela a alquileres precarios

 

Quien migra pone su origen como punto de partida o línea de base: busca algo por encima. Desde que sale del país, todo es un punto comparativo con lo que se deja atrás. Es natural, porque se sale de una realidad conocida para entrar en otra que se desconoce. Se buscan referencias con el pasado. Entonces aquí nace el primer choque que pone a muchos venezolanos por debajo del punto de partida: la vivienda.

Un gran porcentaje de venezolanos en Perú son jóvenes y es de suponer que vivían con sus padres o familiares. Para ellos, Perú es su primera experiencia de emancipación.

La gran mayoría de venezolanos se concentra en Lima y la vivienda en Lima es cara. Bastante cara incluso para los limeños. Soy caraqueño, y para ponerlo en comparación (con lo que conozco, con mi pasado), vivir en un apartamento alquilado de dos habitaciones en una zona como El Marqués o Montalbán puede costar entre 500-700 dólares mensual. En zonas con aspecto similar a Caricuao o Guarenas, 300-500 dólares. (En zonas caras, sobrepasa los 1.000-2.000 dólares.) La mayoría de venezolanos en Perú gana salario mínimo (que ronda los 300 dólares), por lo que el bolsillo solo alcanza para vivir en una habitación o un apartamento en zonas de ingresos bajos o medios bajos. Estas zonas son las conocidas como los «conos» (periferia de Lima).

Los conos (llamados así porque tienen forma cónica) son extensas zonas urbanas que crecen en los extremos norte, sur y este de la ciudad. Se poblaron principalmente en los años 1980 con población desplazada del interior del país durante la época del terrorismo en Perú (1980-2000). Por su origen, los conos fueron en su mayoría invasiones que han ido urbanizándose, pero que todavía conservan su fisonomía de improvisación y desorden (nota: Lima en los 1980 tenía 3,5 millones de habitantes, ahora tiene 10 millones). Con el alto crecimiento económico que experimentó Perú en los años 2000-2010, muchos habitantes de los conos se convirtieron en la nueva clase media peruana y por eso ves allí nuevos proyectos urbanísticos e impresionantes centros comerciales como estos: Plaza Norte, Mall del Sur o Real Plaza Puruchuco.

 

¿Lima es una ciudad?

 

Obviamente, para muchos venezolanos jóvenes que crecieron en zonas de clase media o media baja desarrolladas en los años de la Venezuela saudita, los conos lucen como zonas «marginales» (con toda la carga peyorativa y clasista que le damos a esta palabra, si bien los conos están en proceso de movilización social y suelen ser más seguros y tienen servicios básicos que no se conseguirían en los barrios de Venezuela).

Como muchos venezolanos llegan por tierra y el principal terminal terrestre está en un cono (Plaza Norte), esta es la primera visión que tienen de Lima. Incluso la única, ya que muchos que llegan y de inmediato empiezan a trabajar y no conocen el resto de la ciudad (siendo Lima una ciudad litoral, muchos venezolano no han visto el mar).

Esto hace que muchos tengan el convencimiento de que Lima es un «gran barrio» o que incluso «no es una ciudad». Es lo que conocen y es lo que comentan hacia Venezuela. Por supuesto que Lima es una ciudad, una ciudad enorme, compuesta por 50 distritos (municipios), con todos los símbolos de una economía abierta que verías en cualquier otra gran ciudad: grandes marcas comerciales, centros comerciales repletos, gran cantidad de hoteles cinco estrellas, bares, cafés y discotecas abiertas hasta altas horas de la noche. Y como cualquier ciudad grande, tiene zonas agradables, zonas desagradables, zonas turísticas y zonas que no son recomendadas para ir.

 

¿Shithole country?

 

A partir de la imposibilidad de vivir en una zona que puedan comparar con la que vivían en Venezuela empieza la frustración. Y de aquí parten los comentarios que abundan en redes sociales o que llegan a Venezuela sobre Perú, pintando un panorama casi de inframundo, donde pareciera que no hay servicios básicos, ni seguridad, casi un shithole country.

Tienes una persona joven que reparte su salario entre arriendo, comida y remesas que envía a Venezuela y que le queda poco para seguir cumpliendo expectativas. Tiene poco o nulo ahorro, falta de establecimientos de relaciones interpersonales saludables, dificultad para salir de trabajos de baja renta. Es lógico que sus expresiones sean: se vive mal en Perú.

 

Entonces, ¿los venezolanos bien o viven mal en Perú?

 

Una cuestión de adaptación

 

Cómo cada realidad es diferente, esa pregunta que tantas veces he oído no tiene una respuesta uniforme. Mi entorno está compuesto de venezolanos integrados en la sociedad peruana y manifiestan estar muy bien acá. Y no solo materialmente. Sienten que han cumplido y se han desarrollado o lo están haciendo. Consideran que por su cuenta han conseguido cosas que no hubieran logrado en la actual Venezuela (incluso viniendo de entornos de clase media estable).

Acá también he conocido compatriotas muy jóvenes que han descubierto experiencias que los mayores de treinta dábamos por descontado, pero ellos no. Cosas tan mundanas como salir a un bar de noche, llenar una nevera, salir a caminar, ir a conciertos, ayudar económicamente a sus familias. Para estos, la respuesta a si «viven bien en Perú» también será que sí.

Todas estas personas que se sienten a gusto en Perú, por estar integradas y estar cumpliendo sus expectativas, no suelen ruidosas en redes sociales y sus experiencias no llegan a los oídos de la mayoría de venezolanos, estén en Venezuela o en otros países.

Así que la respuesta de cómo se vive en un país (en el que las necesidades básicas están cubiertas) depende de cada persona y su capacidad de desenvolverse en un entorno desconocido. Depende de su capacidad de adaptación a una nueva vida y de cómo afrontar cambios con respectos a la vida que dejan atrás. Hay quienes tienen más facilidad de adaptación que otras. Por último, quienes se adaptan más rápido al nuevo entorno suelen ser las que surgen con mayor facilidad que aquellas que siempre se quejan y se lamentan por lo que consideran que perdieron (su estatus socioeconómico, su vivienda, la comodidad que tenían mientras vivían con padres o familiares).

 


Nota final: hay que considerar el hecho cierto de que hay países que pueden dar condiciones más fáciles para que este proceso de adaptación sea más rápido en comparación con otros países. Sin embargo, eso no quiere decir que en esos países se viva bien con tan solo llegar, ya que podrás estar fuera de Latinoamérica, pero si tu actitud ante los cambios sigue siendo mala, vivirás mal dondequiera que estés.

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Estado de política, Estado social, Migración venezolana

Mitos y realidades sobre la xenofobia en Perú

30 noviembre, 2019 by Álvaro Rafael 1 comentario
Xenofobia en Perú
Nota: el siguiente texto sobre los mitos y realidades sobre la xenofobia en Perú lo publiqué originalmente como un hilo de Twitter.

Mitos y realidades sobre la xenofobia contra los venezolanos en Perú

 

A raíz del tuit sobre la situación actual de los venezolanos en Perú, me di cuenta de que las redes sociales han contribuido a difundir mensajes que generan mucho miedo entre los que viven aquí y quienes tienen familia aquí. Pero ¿la situación es tan grave como vemos en RRSS?

Mito: ¿Si salen a la calle los van a agredir o linchar simplemente por ser venezolanos, sin mediar palabras?

Realidad: No. Cada día miles salen a trabajar y miles regresan a sus casas. Entras a cualquier restaurante, peluquería, tienda, oficina, y lo más probable es que te atienda un venezolano. De noche, los ves en bares, discotecas, en el cine, caminando por centros comerciales. Yo vivo en una zona donde viven muchos connacionales y están en las calles haciendo vida laboral o social. Con otros venezolanos o con peruanos (como cada día se empieza a ver más integrados).

Mito: ¿Les están negando el derecho al trabajo?

Realidad: El anterior texto lo responde, lo cual no quita que haya casos puntuales de discriminación. Pero es inexacto hablar de que de manera hay una política generalizada y sistemática de negarles trabajo. Siguen siendo contratados.

Mito: ¿La situación es delicada?

Realidad: En parte. Se ha propagado un clima de hostilidad innecesaria entre dos comunidades que solo quieren una cosa: vivir en paz. Esto provoca miedo en venezolanos que sienten que van a ser agredidos y en peruanos que sienten que también van a ser agredidos.

Mito: ¿La policía peruana está agrediendo a los venezolanos solo por ser venezolanos?

Contexto: el año pasado hubo elecciones para alcaldías y los nuevos alcaldes que ganaron lo hicieron con las promesas de siempre: combatir la inseguridad y el comercio informal (buhonerismo). Muchos de los venezolanos que llegaron recientemente lo son de baja formación o preparación técnica y se han insertado en la economía informal. Cuando la policía sale a combatir la informalidad, los más pobres llevan las de perder (sean peruanos o venezolanos por igual).

Además, ha habido casos de evidente abuso y brutalidad policial (tanto contra venezolanos como peruanos). Por otro lado, ha habido gestos populistas como parar en la calle a los venezolanos y pedirles papeles con un despliegue de cámaras alrededor. El control migratorio suena lógico, pero la difusión que les dan las alcaldías desde sus RRSS es francamente populista (a raíz de los recientes crímenes mediáticos, las alcaldías quieren mostrarse fuertes) y no contribuye a bajar el miedo que hay en ambas comunidades.

Mito: ¿Los medios de comunicación están en contra de los venezolanos?

Contexto: en Perú existe prensa seria y prensa sensacionalista de larga tradición. Ahora ambas tienen en común una cosa: están enfocadas en los escándalos de corrupción y en la crisis política. La prensa sensacionalista (aquí y en cualquier país donde exista) siempre se ha enfocado y explotado los hechos más miserables. Acá lo hacen desde antes de la llegada de los venezolanos, y cuando un tema «capta la atención del público», se quedan «pegados» por mucho tiempo.

Una anécdota: en el año 1999, el año del principio de la caída de Fujimori, estuve de viaje aquí en Lima y estalló un escándalo de las «prostivedette»: vedettes de TV basura que eran contratadas como prostitutas por empresarios. Este escándalo duró mucho tiempo. Y hay serias sospechas de que lo generó Vladimiro Montesinos para ocultar la crisis política.

La prensa sensacionalista está ahora pegada con el crimen salvaje que implicó a unos venezolanos y que ellos mismos grabaron. Un crimen digno de Game of Thrones que, por su propia violencia, atrapa el morbo de la gente. Es fácil armar una noticia escandalosa que venda.

 

En definitiva, ¿hay realmente una xenofobia sistemática?

 

Dicho todo lo anterior, es innegable que hay mucha gente que ahora está viviendo con miedo, pero la situación actual dista de una confrontación inminente o de estar a las puertas de un genocidio (como dicen algunos). Es tarea de los políticos (locales y venezolanos) bajar el tono

Es lamentable ver personalidades conocidas e influyentes difundir noticias falsas, contribuir en el uso de términos peyorativos que invitan a la confrontación o que simplemente dicen que «todos» los peruanos «están tratando mal» a los venezolanos y que hay que huir del país.

También le corresponde a uno hacer uso inteligente de sus redes sociales y no quedar atrapados entre grupos minoritarios que se retroalimentan el odio y los prejuicios, provocando ansiedad y miedo a los que están acá y a los familiares que siguen con preocupación el tema.

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Anticuarios, Viajes

Hablemos de Venezuela

9 agosto, 2016 by Álvaro Rafael No hay comentarios
Hablemos de Venezuela.

En un bar de Lima me preguntan por Venezuela. El ambiente es ameno, las rondas de pisco sour pasan delante de la mesa. Me siento incómodo. Ser venezolano en el extranjero tiene una pesada carga: ser el aguafiestas de las reuniones. El portavoz de las malas historias.

Trato de hilvanar las ideas, de armar la narración de la historia de mi país. Por dondequiera que la comience encuentro el recuerdo de un lejano viaje a Lima en las proximidades del año 1990. Recuerdo de aquel viaje una ciudad sitiada por el terrorismo: calles cercadas con alambradas de púas, edificios con sus ventanales rotos por la explosión reciente de un coche bomba, la gente que caminaba con el miedo en las caras porque todos eran sospechosos de ser terrucos. Recuerdo a militares que revisaban los bajos del coche de mis tíos, militares, buscando artefactos explosivos antes de subirme en ese mismo coche conducido por un chofer militar armado, suspicaz. Recuerdo la moneda impresa en billetes de millones de intis que apenas servían para comprar el pan. Recuerdo las colas para comprar comida, los cortes eléctricos, el tácito toque de queda al anochecer. Tenía entonces siete años y la impresión que me dejó aquel país del que huyeron mis padres fue el de una tierra desolada, gris, cada vez más distante tanto por no haber nacido allí como por la relativa calma que me brindaba Venezuela.

Mis pensamientos regresan al bar, quiero empezar a contar esta historia que conozco tan bien porque la viví en el país en el que ahora bebo unas copas, en este viaje de paso. Pero no por conocerla tan bien es que pueda contarla bien. ¿Quién puede contar la historia de la Venezuela actual sin que te miren con escepticismo? Pero responder sobre la Venezuela de 2016 es contar la historia de Perú de 1990. Una historia que, en su momento, viví lejana, ajena, casi con alivio porque pensé que nunca me tocaría transitar por la tristeza de un país que se descomponía aceleradamente. «Perú no tiene nada que ver con aquel país de 1990», le dije días atrás a una amiga venezolana mientras atravesábamos por la misma calle que, en 1990, estaba cerrada por militares armados. Allí mismo Sendero Luminoso había puesto una bomba que reventó los vidrios del apartamento de mi abuela varias cuadras más allá.

Apuro el trago de pisco sour sin saber cómo empezar. Estaba rodeado de gente de mi edad. Sentí envidia. El país que ellos reciben hoy atravesó por momentos trágicos pero supo reinventarse en un país próspero tan solo ¡en veinte años! Mi país, Venezuela, en veinte años retrocedió hasta 1990. Retrocedió veintiséis años, para ser más exactos. Los años más productivos de mi generación lo hemos vivido en el chavismo. Los hemos perdido en la ruina que ha creado el chavismo.

Hace un año estuve en Toronto y un buen amigo venezolano me contó que supo irse del país cuando avizoró la desgracia que se aproximaba. «Tenía alrededor de treinta años. Me pregunté a mí mismo ¿cuántos años hace falta para que Venezuela mejore? ¿Veinte años, treinta años? Para cuando el país mejore ya habrá pasado mi oportunidad». Oportunidades. Sigo siendo fiel a mi país, le dije, y mal que bien, tengo trabajo y estabilidad, añadí, sin ninguna muestra de orgullo ni soberbia. «Te va tan bien que para salir de tu país no pudiste reservar un hotel porque el dinero solo te alcanzaba para quedarte en mi sofá», dijo, sin soberbia. Cierto. Tenemos suficiente orgullo y soberbia com para no admitir que hace tiempo que dejamos de ser clase media.

La gente espera que responda algo sobre Venezuela. Nací, crecí y vivo en Venezuela. Es mi país, el país que conozco, el país que es mío. La gente afuera sabe lo que pasa en mi país. Y las miradas son de asombro, de curiosidad. Los mejores años de nuestras vidas lo hemos vivido en una cárcel. En el proceso chavista. ¿Cuántos años más debemos esperar para que esto mejore? ¿Veinte años, treinta años? ¿Tan prologando puede ser un amor o la testarudez para aceptar, con dolor y resignación, que ya tu tiempo pasó aquí, y que cuando las cosas mejoren será demasiado tarde para ti? No lo sé. No me interesa saberlo. No ahora. Quiero divertirme. Los venezolanos hemos perdido la capacidad de divertirnos. Nos sentimos incluso culpables cuando nos divertimos. «El país no está para estas cosas», solemos reprocharle al que osa sonreír. Nos hemos convertido en sombras. Habitantes de un país de funeral. Prefiero no hablar de Venezuela. Hoy no. Me calló y sigo el ritmo de las copas.

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Entrada de Instagram 2152757401870630145_17836884 «Y cada vez que vuelvo
Un mismo final
Afuera el mundo sigue
Soy uno más buscando en el mar
Cae el sol».
•
#Lima #sodastereo #atardecer
Entrada de Instagram 2128707588078247984_17836884 Caribe (2009).
Entrada de Instagram 2084614024348433291_17836884 En realidad, el plan era hacer una escala de dos o tres días en Santiago y proseguir con el viaje hacia el destino final. Esto no ocurrió y quedé con un boleto hacia una ciudad que no figuraba en mi lista por conocer y de la que conocía muy poco (Costanera Center, Estadio Nacional, precordillera). «Es una ciudad nueva de todas formas, un país que no conozco, veamos qué tal», me dije como consuelo. Lo cierto es que Santiago me ha sorprendido. Me he conseguido una ciudad con amplios parques y miradores increíbles, bulevares que se entrecruzan y dieran la impresión de nunca acabar, con unas calles que en algunas partes evocan alguna vieja ciudad como Barcelona o Roma y en otras, más modernas, explican muy bien el apodo de Sanhattan. Hay una planificación urbana envidiable, con un metro que desluce otros subterráneos que alguna vez me deslumbraron. Mi visión ha sido breve, la del turista en un viaje improvisado, pero me satisface lo que vi.#Santiago #Chile
Entrada de Instagram 2083487850083877342_17836884 Pacífico al sur.
Entrada de Instagram 2082368493836514550_17836884 En los últimos cinco años he conocido Los Andes desde Mérida hasta Santiago. Y la ruta sigue.
Entrada de Instagram 2081018812577561749_17836884 Punto de fuga.

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