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Misery Loves Company, Relatos

Frío

31 mayo, 2009 by Álvaro Rafael No hay comentarios

Los árboles

Recordando, recordándome

distraído, disfrazándome

El payaso

Sentimiento Muerto

Nota: este es un ejercicio literario sobre una experiencia real; sin embargo, los demás personajes no son necesariamente reales.

·

Observo la fila de árboles adornados con lucecitas que bordea la oscura avenida. Cierro mi chaqueta, es la semana más fría que recuerde y estoy aquí, de pie a la puerta de su edificio, esperando que sean las 10.00 pm. Es muy temprano para llegar, trato de esperar con tranquilidad; aunque, sospecho, también estaría esperándome con ansiedad desde que nos conseguimos, de manera casual, la semana pasada. Los detalles del encuentro no los recuerdo, la sorpresa tiene la capacidad de difuminar los momentos que tantas veces soñamos y que, cuando ocurren, deseamos cumplir con oficinesca frialdad. Sé que le pregunté si seguía viviendo en Montecristo; sí, me respondió. No sé cómo fue la invitación, pero ahora voy a su apartamento y le llevo el disco de Sentimiento Muerto que me prestó años atrás, justo el día anterior a que discutiéramos y se esfumara sin que yo imaginara que los días se convertirían en años.

La vida suele encerrarnos en un círculo de pocos escenarios: a los cinco años viajaba arrastrado por mis padres para pasar la Navidad en el apartamento de unos amigos en Montecristo, y en ese momento mis hermanos oían en sus walkmans canciones de Sentimiento Muerto. A los veinticinco años leía en el taller de narrativa un cuento improvisado sobre mi [falso] primer recuerdo titulado Los árboles, y que trataba de cuando viajaba arrastrado por mis padres para pasar la Navidad en el apartamento de unos amigos en Montecristo. Diez años después de la lectura atroz de ese cuento que deseché, la temperatura tan baja de ahora sirve para evocar mi auténtico primer recuerdo: una enfermedad sin diagnosticar y en la que padecí alucinaciones, y mientras tanto en mis audífonos revienta Sin sombra no hay luz, el disco que devolveré en unos minutos tras un largo tiempo empolvándose en la estantería de sus memorias.

Recuerdo que el cuento Los árboles comenzaba:

Observo la fila de árboles adornados con lucecitas que bordea la oscura avenida. El auto se detiene, mis hermanos apagan sus walkmans y las caras sonrientes de una pareja, amigos de mis padres, se asoman por la ventana. Varios regalos nos reciben en lo que sería la velada más aburrida de cada diciembre.

En aquel diciembre del cuento, sin embargo, omití contar que estaba convaleciente de la enfermedad. Tal vez por ello la pareja fue generosa con mis regalos y la atención que me dieron fue, a mi pesar, muy efusiva. En realidad ni tuve oportunidad de resistirme a tanto cuidado: estaba agotado y tenía tanto frío que regresé a la habitación de la clínica. Los médicos, para bajar la fiebre alta de la enfermedad, me sumergían cada día en aguas heladas. De esos baños emergía como en un pozo, frío y profundo, y pronto caía al final otra vez. En la parte superior una enfermera me observaba, y entonces dejaba caer un cubo que contenía el frasco de compota con el que me alimentó durante la estancia en la clínica. Una semana después salía sano y sin secuelas, y los médicos despacharon el diagnóstico como una virosis. Pero el recuerdo de esa experiencia nunca curada regresa vivamente en cada momento de frío intenso, que me deja paralizado y me lleva a perder incluso la noción del tiempo y el espacio. Ya entiendo por qué en Los árboles preferí centrarme, en cambio, en esta anécdota:

Entonces el padre de familia, disfrazado ridículamente de San Nicolás, culminaba la velada sacando de su bolsa enorme y flácida caramelos que lanzaba al aire para que sus hijos y mis hermanos se mataran por recogerlos del piso. Yo, al contrario, los miraba desde un lado.

El disco llega a su final. Consulto la hora en mi reloj y veo que es muy tarde: han pasado varias horas sin que yo lo notara, es casi medianoche. Mi pulso es caótico por el frío y, titilando, camino a trompicones hacia su apartamento. Pienso si aquel recuerdo falsamente primigenio que escribí en Los árboles realmente ocurrió o si fue producto de la fiebre. Quizás cuando llame a la puerta, y ella aparezca, yo despierte en mi casa temblando en una noche muy fría y descubra que este momento es, como me ocurre en muchos momentos de frío desde aquella enfermedad, una simple alucinación.

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Asides, Personales, Rock venezolano, Sonidos del mar

El bugalú existencialista

16 noviembre, 2008 by Álvaro Rafael 1 comentario

Bacalao Men,

Discovery Bar, Caracas (2008)

Álvaro Rafael.

·

Crisis existenciales de fin de semana o crónicas extrañamente comunes en mi vida.

1

Estoy mirando la presentación de Bacalao Men en Discovery Bar cuando llega. Me mira un momento, pero no le presto mucha atención; sigo oyendo con detenimiento una versión sui generis de Péndulo de Sentimiento Muerto.

De pronto ocurre algo inesperado: se sienta en el piso, delante de mí, algo me trata de decir que no comprendo. Apunta el objetivo de su cámara Lumix hacia mis zapatos y aprieta el botón.

Me causa gracia, pero en el impacto del flash ella se pone de pie y desaparece entre la humareda de cigarrillos sin poderle preguntar nada.

2

¿Quién se ha llevado la fotografía de mis zapatos?

______________________

Bacalao Men Discovery Bar sábado 15 de noviembre de 2008, presentación en vivo Bacalao Men, Discovery Bar El Rosal, fotos anónimas, quién se llevó la foto, fotos Discovery Bar, fotos Bacalao Men, sátira existencialista, burla existencialista

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Anticuarios, Rock venezolano, Sonidos del mar

Tributo a Sentimiento Muerto

24 abril, 2008 by Álvaro Rafael 15 comentarios

Sentimiento Muerto

·

Era una deuda pendiente. En entradas anteriores (aquí y aquí) había rendido un tributo a la genialidad malograda de Cayayo Troconis, mencionando sobre todo a Dermis Tatú y a PAN, pero muy poco a la banda con la que conocimos su talento: Sentimiento Muerto. En los tiempos actuales de protosecuelas, este blog tenía que regresar al origen de todo.

Si acaso me preguntaran cuáles fueron mis primeras bandas de rock venezolano de las que me hice seguidor respondería Zapato 3 y Sentimiento Muerto. La obra de Sentimiento Muerto tuvo una característica que definió su estilo: el hacer música contra las adversidades y darse a conocer mucho antes de que tuvieran un contrato discográfico o existieran las facilidades que en la actualidad ofrece Internet (con páginas como Myspace.com, por citar una sola). En una época en que hacer rock en Venezuela (en todas sus variantes) era un tabú, una asociación fácil y gratuita al malandraje y a la mediocridad, Sentimiento Muerto logró colocar en muchos reproductores sus famosos casetes y convertirse en una banda de culto sin necesidad de que pasaran años de olvido.

Quería colocar canciones que no fuesen las que conocemos de sus discos editados, así que acudió César Tovar, a quien agradezco su interés por colaborar en Planeta en fuego al pasarme estas canciones que, como yo, espero que las disfruten.

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·
Rock hecho en Venezuela

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Rock venezolano, Sonidos del mar

Recordatorio modesto de Cayayo Troconis

17 noviembre, 2006 by Álvaro Rafael 73 comentarios
Cayayo Troconis
Este 17 de noviembre se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Carlos Eduardo Troconis (1968-1999). Vale la fecha para oír una vez más (y conocer, para quien todavía no lo conozca) lo que quizá sea su obra maestra, el disco de Dermis Tatú cuyo nombre fue a principios un enigma pero que ahora se conoce sin misterio como La violó, la mató, la picó. Más abajo, después de evadir la breve nota, algunos de sus otros proyectos: PAN y, por supuesto, Sentimiento Muerto (banda de la que fue fundador junto con Pablo Dagnino; sí, el mismo de Fama, sudor y aplausos, para los más jóvenes… del cerrado canal RCTV, para los muchos más jóvenes).

 

Se cumple un nuevo aniversario de aquel desgraciado 17 de noviembre de 1999 en que murió Carlos Eduardo «Cayayo» Troconis. Caminaba por Sabana Grande, tenía 31 años, nos cuentan impasiblemente las muy pocas crónicas, sin pormenores y de la misma manera como anunciarían el clima del día, y trato de pensar en las circunstancias que rodearon el hecho: cómo vestía, quién lo acompañaba, cuál sería su último pensamiento.

En ese lugar anónimo de nuestro perdido bulevar sabanagrense, que tantas veces habría recorrido sin parar Cayayo desde su juventud inquieta, su corazón (nada gris, por cierto) se antojó en detenerse para siempre, llevándose al otro lado una de las más vastas y originales propuestas musicales desarrolladas en este maltrecho país que nunca quiso dejar y que, al final, nunca le gratificó en vida; una injusticia que, lamentablemente, se prolongó con los supuestos homenajes tributados por hacedores de música que jamás habrían entendido sus creaciones: Dermis Tatú o PAN. Homenajes cuestionables en los que hubo algo de responsabilidad, para dolor e incredulidad de los viejos fanáticos, de algunos de los antiguos miembros de Sentimiento Muerto.

Durante algunos meses después de la muerte de Cayayo, se trató de recrear una época que ya se había perdido para siempre, y en medio de esa nostalgia descubrimos que no sólo desapareció Cayayo sino también la autenticidad que llegó a rozar nuestra música. No nos quedan, pues, más que las especulaciones de qué sería hoy el rock venezolano si Cayayo siguiese aquí; seguramente, no estaríamos tan llenos de pastiches de Korn. Especulaciones inútiles con las que tratamos de imaginar que Cayayo sigue todavía aquí, con su extraña figura y su voz airada y su guitarra de canciones como Terrenal, algo que ya no sucederá.

 

Nota agregada el 01 de julio de 2007: Gracias por todos los comentarios hasta la fecha. Lamento no haber podido contestar cada uno. La idea del blog inicialmente era difundir la obra de Cayayo y Dermis Tatú entre aquellos que sólo la conocían por referencias, dado lo difícil que es hallar su único disco. Pero poco a poco comencé a ver comentarios relacionados con esa época de los 80 y 90. Son estos los recuerdos que lo mantienen aún entre nosotros. Comentarios que también reviven una época pasada que hemos aprendido a valorar cada día más. El recuerdo de Cayayo también es parte de nuestra infancia y nuestra juventud, y de aquel país que ahora nos parece tan lejano. Saludos.
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Entrada de Instagram 2152757401870630145_17836884 «Y cada vez que vuelvo
Un mismo final
Afuera el mundo sigue
Soy uno más buscando en el mar
Cae el sol».
•
#Lima #sodastereo #atardecer
Entrada de Instagram 2128707588078247984_17836884 Caribe (2009).
Entrada de Instagram 2084614024348433291_17836884 En realidad, el plan era hacer una escala de dos o tres días en Santiago y proseguir con el viaje hacia el destino final. Esto no ocurrió y quedé con un boleto hacia una ciudad que no figuraba en mi lista por conocer y de la que conocía muy poco (Costanera Center, Estadio Nacional, precordillera). «Es una ciudad nueva de todas formas, un país que no conozco, veamos qué tal», me dije como consuelo. Lo cierto es que Santiago me ha sorprendido. Me he conseguido una ciudad con amplios parques y miradores increíbles, bulevares que se entrecruzan y dieran la impresión de nunca acabar, con unas calles que en algunas partes evocan alguna vieja ciudad como Barcelona o Roma y en otras, más modernas, explican muy bien el apodo de Sanhattan. Hay una planificación urbana envidiable, con un metro que desluce otros subterráneos que alguna vez me deslumbraron. Mi visión ha sido breve, la del turista en un viaje improvisado, pero me satisface lo que vi.#Santiago #Chile
Entrada de Instagram 2083487850083877342_17836884 Pacífico al sur.
Entrada de Instagram 2082368493836514550_17836884 En los últimos cinco años he conocido Los Andes desde Mérida hasta Santiago. Y la ruta sigue.
Entrada de Instagram 2081018812577561749_17836884 Punto de fuga.

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